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El lector pensará que me equivoqué: que he puesto un nombre común (esperanza) con mayúscula. No es así; no hay error: tengo gran entusiasmo por transmitir que es posible “construir la Esperanza”. Por eso la mayúscula, como recurso literario para confirmar un convencimiento. Me he puesto la obligación de decirlo con fuerza a todos quienes quieran oírlo o leerlo: es posible construir la esperanza, aún en medio de cierta desazón. Hacerlo desde las mismas páginas que muchas veces traen noticias de desaliento, recogidas en la vida diaria. Tomaré un par de ejemplos.

Los medios han comentado de un nuevo incendio en el vertedero municipal de residuos. Nuevo porque no es el primero y podrían repetirse dadas las condiciones en que se amontona la basura. Hace muchos años que Salto no toma medidas de fondo para el tratamiento de sus desechos. Pareciera que se los vuelca, sin mayores cuidados para el entorno y el ambiente todo.

Hace casi veinte años, la primera Intendencia del Frente, elaboró un ambicioso y fundamentado proyecto de clasificación de residuos y control del vertedero. Tres gobiernos han pasado, enterrando aquel proyecto (financiado por la Unión Europea y el gobierno departamental) y el retroceso debería angustiar a los habitantes del departamento. No sólo los vecinos de las chacras cercanas deben preocuparse, todos los dueños del departamento, debemos poner lo mejor para salir de esa situación. Me permito convocar a “construir la Esperanza” sobre el vertedero; no con palabras ni proyectos gaseosos: con cimientos técnicos, financiamiento real y futuro sustentable. Es posible, se empezó y errores e intenciones gubernamentales lo hicieron naufragar. No debe haber más chicanas politiqueras, que destruyan proyectos positivos.

Se puede y se debe hacer. Estoy convencido de que debe reiniciarse un renovado impulso.

He leído un preocupante (y entristecedor) editorial de La Prensa, relativo a la supuesta “compra de votos en las elecciones”. Es la primera vez que lo leo, pero lo he oído varias veces en los últimos tiempos. Me amarga y avergüenza. En nuestra envidiada democracia uruguaya, no puede tomarse como normal que existan forajidos que compren votos. Verdaderos proxenetas de la política, que se aprovechan de la indigencia e ignorancia de los necesitados y cambian sufragios por dinero. No importa de qué partidos son los que entregan el dinero ni quienes lo ponen de sus bolsillos; entreguen la lista que entreguen deben ser proscriptos de la arena política. Se dice que siempre pasó y que ocurre en toda América; también se vende pasta base, se trafican órganos, se raptan personas por todos lados y la sociedad no lo normaliza. Mi llamado a la “construcción de la esperanzas” en este escenario, puede sonar como un grito en el desierto. Igual lo hago, hacia los oídos de todas las partes: de los pobres que se dejan comprar, de los anti demócratas que compran y a las personas que no participan. Estas para que actúen en sus núcleos familiares y sociales como impermeables que impidan la contaminación.

Sólo con transparencia, honestidad y convencimiento, sobrevivirá la democracia, que es la mejor forma de vivir en sociedad.

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