El cambio político en Uruguay
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Por José Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy
Uno está tentado a preguntarse qué fue lo que sucedió en nuestro país, cuando un gobierno que goza de un alto nivel de popularidad, con cifras récord de venta de vehículos, viajes al exterior y los mejores salarios de Latinoamérica, perdió las elecciones. Este 1º de marzo de 2025, una coalición de izquierda asumirá la conducción de Uruguay, marcando un giro inesperado en el panorama político nacional. Todo esto ocurre en un contexto mundial donde el Occidente parece dar un “volantazo” hacia las ideas de la “Nueva derecha”, alejándose de las propuestas del socialismo global que, hasta hace poco, parecían irremediablemente dominantes. ¿Qué significa, entonces, que los uruguayos hayamos optado por ir contra la corriente? Como siempre, el tiempo y el desarrollo de los acontecimientos lo dirán.
El fenómeno del retroceso del progresismo a nivel mundial plantea interrogantes interesantes. Según analistas internacionales, el desgaste de estas ideas no responde tanto a su carencia de sustento teórico como a un exceso en su aplicación práctica. Para muchos, el progresismo “se pasó de rosca”. La sobreutilización del poder y la tendencia a imponer una narrativa única terminaron despertando una conciencia colectiva sobre la importancia de la libertad, esa que implica no solo derechos, sino también responsabilidad.
Sin embargo, hay otros aspectos que también explican este cambio de rumbo. Uno de ellos es el creciente cuestionamiento a ciertas propuestas del progresismo, como la idea de que la autopercepción sexual debe prevalecer sobre la realidad biológica. El relativismo moral, promovido como una forma de inclusión, ha tenido consecuencias palpables, entre ellas el aumento de las crisis de salud mental en niños y adolescentes. En este contexto, las redes sociales, criticadas por muchos, han jugado un papel crucial como espacios donde millones de personas defienden valores tradicionales como el sentido común, la libertad individual, la vida y la familia. Ese despertar de los llamados "pasivos" está influyendo en el cambio del panorama político.
Uruguay, como sociedad, parece haber decidido ser parte de esta “batalla cultural” desde una perspectiva propia. El triunfo de una coalición de izquierda en un momento de reflujo global de estas ideas sugiere que los factores locales pesan más que las tendencias internacionales. Quizá la izquierda uruguaya logró capitalizar el descontento con ciertas políticas del gobierno saliente, apelando a una renovación de promesas y valores que la alejaron de los excesos vistos en otros países de la región.
Como decía la Madre Teresa: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos mar si le faltara esa gota”. La batalla cultural, como toda lucha por el rumbo de una sociedad, está compuesta por pequeñas acciones que, sumadas, generan un impacto profundo. Seguramente, los uruguayos seguiremos evaluando y debatiendo qué peso tiene cada elemento en este cambio. La historia demostrará si esta decisión de nadar contra la corriente fue una muestra de valentía o un error de cálculo.
Mientras tanto, nos queda reflexionar sobre el equilibrio entre libertad y responsabilidad, entre modernidad y tradición, entre lo local y lo global. Quizá, en esta constante tensión, radique la esencia de nuestro devenir como país.
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