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En las últimas décadas, la ciudad de Salto ha experimentado un crecimiento urbano sostenido, que se da en un contexto cada vez más desafiante: el avance del cambio climático y la intensificación de eventos meteorológicos. Lluvias torrenciales, cada vez más frecuentes, ponen a prueba la capacidad de la ciudad para manejar adecuadamente el agua y proteger a sus habitantes de inundaciones y anegamientos prolongados. Este escenario obliga a repensar las estrategias tradicionales de desarrollo urbano y a revalorizar enfoques más integrales y sostenibles.

En ese marco, cobra especial relevancia el cuidado, mantenimiento y ampliación del sistema de evacuación de aguas pluviales, así como la comprensión y aplicación del concepto de infraestructura verde. 

Este enfoque propone aprovechar los procesos naturales como parte de la solución a los problemas urbanos. A diferencia de las respuestas clásicas, centradas casi exclusivamente en grandes obras de ingeniería —canales, entubamientos o estaciones de bombeo—, la infraestructura verde integra vegetación, suelos permeables, humedales y cursos de agua como una red viva capaz de gestionar el escurrimiento pluvial de manera más eficiente y armónica.

Los espacios verdes urbanos, cuando son preservados y correctamente planificados, cumplen un rol clave como reservorios naturales. Durante episodios de lluvias intensas, funcionan como amortiguadores que almacenan y regulan el exceso de agua, reduciendo el impacto sobre las zonas más vulnerables. Ejemplos como las obras realizadas en torno al arroyo Sauzal muestran que, cuando se actúa con una mirada integral, es posible mitigar las tradicionales “enchorradas” y prevenir anegamientos históricos en sectores densamente poblados, como el entorno de la avenida Barbieri. Si bien algunos tramos aún presentan dificultades, los resultados positivos demuestran que el camino es el correcto.

Buena parte de los problemas actuales se explican por una urbanización acelerada y poco planificada. Terrenos bajos que antes cumplían una función natural de absorción fueron rellenados, reduciendo su capacidad de drenaje. A ello se sumaron conexiones informales de desagües, la acumulación de residuos y la ocupación de las márgenes de los arroyos, factores que deterioraron la calidad ambiental y debilitaron el rol regulador de estos sistemas naturales.

Frente a esta realidad, es fundamental que los vecinos revaloricen los espacios verdes y vacíos urbanos, comprendiéndolos como sistemas vivos que brindan múltiples servicios eco sistémicos. Árboles, arbustos y pasturas no solo ayudan a regular la temperatura y mejorar la calidad del aire, sino que también fortalecen la resiliencia de la ciudad frente a eventos climáticos extremos. Cuando estos espacios son cuidados y mantenidos, se integran al paisaje urbano y se transforman en ámbitos de recreación, encuentro y educación ambiental, aportando al bienestar físico y emocional de la comunidad.

Avanzar en este modelo requiere un cambio de conciencia ciudadana, acompañado por políticas públicas de largo plazo. La protección de la infraestructura verde no depende solo de obras, sino también de conductas cotidianas responsables: no arrojar basura, mantener limpios los desagües y respetar los cursos de agua y sus bordes. Revalorizar la infraestructura verde es, en definitiva, apostar por una ciudad más preparada, sostenible y consciente, capaz de reconocer en la naturaleza no un obstáculo, sino una aliada tan valiosa como indispensable.

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