El dólar sigue cayendo y no se puede ignorar
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Por Jose Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy
La caída persistente del dólar frente al peso uruguayo se ha transformado en uno de los temas económicos más inquietantes de las últimas semanas. Para algunos, se trata simplemente de la consecuencia natural de un país con cuentas ordenadas, inflación controlada y confianza externa en su moneda. Pero para otros —especialmente quienes producen, exportan y generan empleo fuera de Montevideo— este fortalecimiento del peso comienza a sentirse como una amenaza cierta a la competitividad del país. Y ambos mundos, en realidad, tienen algo de razón.
Lo primero que debe decirse es que el dólar sigue siendo, pese a todos los discursos de diversificación, la moneda del comercio internacional y de buena parte de las transacciones dentro de Uruguay. El mundo podrá avanzar hacia nuevas referencias —yuan, euro, monedas virtuales—, pero hoy por hoy el dólar sigue marcando el ritmo de la economía global. Cuando en Uruguay la divisa estadounidense cae de manera consistente, no estamos ante un movimiento aislado: estamos ante un factor que incide de forma transversal en casi toda la estructura productiva nacional.
En un país exportador, la ecuación es simple pero contundente: quienes venden al exterior cobran en dólares, pero pagan gran parte de sus costos en pesos. Cada descenso del tipo de cambio significa menos ingresos reales por tonelada exportada, menos margen para invertir y más presión para ajustar puertas adentro. Carne, arroz, lácteos, cítricos, madera, lana, software, logística: no hay sector que escape a este impacto. Aunque algunos rubros tengan mercados más sólidos, todos sienten, en mayor o menor medida, cómo el fortalecimiento del peso erosiona su rentabilidad.
A esto se suma un elemento geopolítico que Uruguay no puede ignorar: nuestros principales socios comerciales manejan realidades muy distintas. Brasil ha tenido oscilaciones importantes en su moneda; China trabaja bajo un régimen cambiario controlado; la Unión Europea enfrenta una desaceleración que debilita al euro. En este contexto, un peso que se aprecia demasiado puede convertir a Uruguay en un país artificialmente caro, encareciendo nuestros productos frente a competidores que sí han visto devaluaciones o ajustes en sus monedas locales.
La preocupación no es teórica ni alarmista: ya empiezan a registrarse señales de tensión. Empresas exportadoras, evalúan retrasar inversiones; industrias que recalculan costos; productores que ven evaporarse parte de lo ganado en productividad. Hay un riesgo real de que esta situación, si se sostiene, derive en menor actividad, pérdida de competitividad y presiones por ajustes en el mercado laboral.
Pero tampoco se trata de reclamar medidas abruptas ni intervenciones artificiales en el mercado cambiario. Uruguay ha construido su credibilidad internacional justamente evitando los atajos que otros países han pagado caro. Lo que sí corresponde es discutir, con serenidad y responsabilidad, cómo proteger al aparato productivo sin renunciar a la estabilidad macroeconómica.
Esto implica revisar costos internos, avanzar en reformas pendientes, mejorar infraestructura, promover eficiencia y —en ciertos casos— aplicar instrumentos acotados que mitiguen la pérdida cambiaria para sectores estratégicos.
La peor decisión sería minimizar el problema o creer que el mercado, por sí solo, solucionará un desbalance que ya está alterando la lógica del país productivo. La apreciación del peso puede ser síntoma de fortaleza, pero también puede convertirse en debilidad si se extiende demasiado.
Uruguay necesita anticiparse. Porque cuando el dólar cae, no solo baja un precio: se mueve un eje fundamental de nuestra economía. Y quienes viven de producir —y de competir contra el mundo— ya lo están sintiendo.
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