La repudiable dictadura de Maduro en Venezuela
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Por Jose Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy
La jornada de hoy, marca un hito lamentable en la historia reciente de Venezuela, al confirmarse la reinstalación de Nicolás Maduro como presidente sin la legitimidad electoral ni el reconocimiento de la mayor parte de la comunidad internacional. Este episodio es el último eslabón de una cadena de abusos que han socavado las bases democráticas del país, con consecuencias devastadoras para sus ciudadanos y alarmantes implicaciones para la región.
Maduro, quien insistió en el carácter “popular, militar y policial” de su gobierno, ha consolidado su posición mediante un aparato represivo que no admite disenso. En un gesto que subraya su desprecio por el estado de derecho, declaró que nunca entregará el bastón de mando como comandante en jefe de la Fuerza Armada venezolana. Paralelamente, el ministro de Interior, Diosdado Cabello, ha escalado las amenazas contra el opositor Edmundo González Urrutia, reconocido ganador de los comicios del 28 de julio pasado. Las medidas adoptadas contra González Urrutia, incluida la promesa de detenerlo si regresa al país y la persecución de su círculo cercano, reflejan una estrategia de intimidación propia de un régimen desesperado por mantener el poder.
La situación no es aislada ni casual. Venezuela se ha convertido en un epicentro de violaciones a los derechos humanos y represión sistemática. Actualmente, 125 extranjeros se encuentran en prisiones de máxima seguridad, y siete más han sido detenidos en los últimos días. Este clima de terror incluye acusaciones infundadas y detenciones arbitrarias que buscan silenciar voces disidentes y generar miedo entre la población. Ejemplo de ello es la reciente aprehensión del yerno de González Urrutia, una acción claramente diseñada para ejercer presión y debilitar a la oposición.
En este contexto, la líder en la clandestinidad María Corina Machado ha emergido como un símbolo de resistencia, convocando ayer a la población a manifestarse y calificando de “hazaña épica” la lucha por derrotar la tiranía. Aunque versiones confusas indican que Machado fue brevemente detenida tras las recientes protestas, su llamado a la acción refuerza la esperanza de un cambio en el país.
Sin embargo, esta esperanza no puede sostenerse únicamente en el sacrificio de los venezolanos; requiere del respaldo decidido de la comunidad internacional.
Uruguay ha estado particularmente involucrado en este proceso, no solo por la expulsión de su representación diplomática en Venezuela como represalia a su postura crítica, sino también por la preocupante situación de un ciudadano uruguayo detenido bajo cargos infundados de pertenecer a un grupo golpista extranjero. Este caso subraya la gravedad de las acciones de Maduro, que no solo afectan a los venezolanos, sino también a ciudadanos de otros países, ampliando el alcance de la crisis.
Frente a este panorama, es imprescindible que la comunidad internacional redoble sus esfuerzos para restaurar la democracia y el estado de derecho en Venezuela. Las sanciones económicas, la presión diplomática y el apoyo a los actores democráticos del país son herramientas esenciales para debilitar al régimen y forzar una transición hacia elecciones libres y justas. Además, es crucial que organismos multilaterales como la Organización de Estados Americanos (OEA) y las Naciones Unidas ejerzan su influencia para garantizar la liberación de los presos políticos y extranjeros detenidos arbitrariamente.
El silencio y la inacción equivalen a complicidad. Cada día que pasa, el pueblo venezolano enfrenta mayores penurias: escasez de alimentos y medicinas, un colapso económico sin precedentes y una emigración masiva que desgarra familias y comunidades. Este drama humano debe ser una prioridad en la agenda internacional, no solo por solidaridad, sino también porque las consecuencias de la crisis trascienden las fronteras de Venezuela, impactando la estabilidad política y social de toda América Latina.
El retorno a la democracia en Venezuela no será un camino fácil ni rápido, pero es una meta alcanzable si se combinan los esfuerzos internos y externos. La comunidad internacional tiene en sus manos la posibilidad de marcar la diferencia, y debe actuar con determinación. La historia juzgará a quienes permanecieron indiferentes ante esta tragedia, así como a aquellos que, con valentía, decidieron alzar la voz por un pueblo que clama justicia y libertad.
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