Las potencias se desafían y crece el temor en el resto del Mundo
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Por José Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy

En una nueva vuelta de tuerca a la ya tensa relación entre Estados Unidos y China, la Casa Blanca anunció el aumento de los aranceles a las importaciones chinas hasta un imponente 104%. La decisión, impulsada por el presidente Donald Trump, no solo marca un nuevo hito en la escalada comercial entre las dos mayores economías del mundo, sino que también refleja una peligrosa lógica de confrontación en lugar de cooperación.
La medida, anunciada por la vocera del gobierno estadounidense bajo el lema “cuando Estados Unidos recibe un golpe, responde con más fuerza”, sugiere una visión de las relaciones internacionales en la que prima la imposición por sobre la negociación. El incremento arancelario es una réplica directa a las represalias comerciales chinas y busca forzar a Pekín a volver a la mesa de negociación. Sin embargo, lejos de generar diálogo, esta política ha encendido aún más las tensiones.
China, como era previsible, respondió de inmediato. No solo anunció aranceles del 34% a productos estadounidenses, sino que también denunció lo que considera “presiones, amenazas y chantajes” por parte de Washington. Y aunque el gigante asiático reiteró su disposición al diálogo, también prometió “combatir hasta el final” en defensa de sus intereses, lo que indica que esta guerra comercial está lejos de amainar.
El conflicto, sin embargo, va más allá de los aranceles. Las declaraciones del secretario de Defensa de Estados Unidos sobre la influencia china en el canal de Panamá añaden un componente geopolítico que eleva el tono del enfrentamiento. Washington no oculta su preocupación por la creciente presencia china en una infraestructura clave para el comercio global, e incluso se ha planteado la posibilidad de retomar su control por la fuerza, una amenaza que reaviva fantasmas del intervencionismo estadounidense en América Latina.
El riesgo de una escalada no solo preocupa a los implicados directos. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha pedido a ambas potencias evitar mayores tensiones y ha abogado por una resolución negociada. Su intervención subraya que los efectos de esta guerra comercial trascienden las fronteras de China y Estados Unidos, y afectan la estabilidad del comercio mundial en su conjunto.
Mientras Trump asegura estar dispuesto a ser “increíblemente generoso” si China accede a negociar, su estrategia se construye sobre una lógica de presión extrema. Esta política puede parecer efectiva en lo inmediato, pero deja secuelas duraderas en la confianza internacional, en las cadenas de suministro globales y, sobre todo, en los bolsillos de los consumidores y productores de ambos países.
Es hora de preguntarse si el uso del poder económico como arma es una estrategia sostenible. Las guerras comerciales rara vez tienen ganadores claros, pero sí dejan perdedores evidentes: empresas con pérdidas, empleos en riesgo y economías tensionadas. La verdadera fortaleza de una nación no debería medirse por su capacidad para imponer aranceles, sino por su habilidad para construir consensos y liderar con responsabilidad.
Una cosa está clara: mientras ambas potencias insistan en “quien golpea más fuerte”, el mundo entero tambalea. La diplomacia, no la confrontación, es el único camino viable hacia un comercio justo, equilibrado y sostenible.
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