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Los mercados globales amanecieron hoy, sumidos en el caos. La sombra de una guerra comercial, avivada por las decisiones del gobierno estadounidense, arrastró a las principales bolsas del mundo a un derrumbe de proporciones históricas. Con caídas que rozan o superan los dos dígitos en algunos casos, el mundo presenció lo que muchos ya llaman, sin rodeos, un nuevo “lunes negro”. Y aunque el epicentro parezca estar en Washington, el temblor sacude a todos: desde Asia hasta América Latina, pasando por Europa, los efectos son globales, y las consecuencias, aún imprevisibles.

El pánico bursátil comenzó en Asia, donde mercados clave como Tokio, Seúl y Hong Kong registraron pérdidas drásticas. En particular, la caída del 13,22% del índice Hang Seng en Hong Kong marca un hito oscuro: su peor resultado desde la crisis financiera asiática de 1997. El petróleo, el oro, los minerales, e incluso las criptomonedas —consideradas por algunos como refugios frente a la volatilidad— tampoco escaparon a la ola vendedora. Las cotizaciones del crudo, por ejemplo, cayeron a su punto más bajo desde abril de 2021, reflejando el temor a una desaceleración económica global.

Detrás de este colapso está el endurecimiento de las políticas arancelarias por parte de Estados Unidos, impulsado por la administración Trump. El expresidente insiste en defender estas medidas como un “remedio necesario” para corregir desequilibrios comerciales, aunque el costo sea alto. La respuesta de los socios comerciales fue inmediata. China aplicó un arancel del 34% a productos estadounidenses, y Europa ya prepara una contundente batería de contramedidas con impacto económico estimado en hasta 26.000 millones de euros. El comercio internacional, tal como lo conocíamos, entra en una fase de profunda transformación, tal vez irreversible.

Este escenario no deja a nadie al margen. Uruguay, como tantas otras economías abiertas, siente la sacudida. Si bien el gobierno mantiene cierto optimismo luego de conversaciones diplomáticas con la embajada de EE.UU., lo cierto es que en momentos como estos, el margen de maniobra de los países más pequeños es limitado. La incertidumbre reina, y la capacidad de respuesta está atada a decisiones que se toman en otros centros de poder.

En este contexto, la pregunta que muchos se hacen es si este lunes negro marca simplemente una corrección de mercado o si estamos ante el inicio de una nueva era económica, signada por el proteccionismo, las tensiones geopolíticas y una reconfiguración de las reglas de juego internacionales. Las señales son preocupantes: el multilateralismo se erosiona, las reglas de la Organización Mundial del Comercio no se respetan, y la rivalidad entre potencias parece empujar al mundo hacia una fragmentación cada vez más pronunciada.

Frente a esta realidad, se impone una reflexión urgente. ¿Puede el mundo permitirse una guerra comercial en medio de una frágil recuperación pospandemia, una crisis climática en marcha y una creciente desigualdad social? ¿Cuál será el costo humano y económico de estas disputas? Las respuestas, lamentablemente, parecen quedar sepultadas bajo los gráficos rojos de las pantallas financieras. Pero si algo enseña la historia, es que ninguna guerra —ni siquiera una comercial— deja ganadores claros, solo daños colaterales.

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