La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

Uruguay atraviesa una etapa cargada de contradicciones que resultan difíciles de disimular. El dólar permanece planchado en torno a los 40 pesos, y los técnicos repiten que no existe atraso cambiario. Sin embargo, la otra cara del asunto es que se multiplican las señales de alarma: empresas extranjeras que deciden retirarse, sectores productivos que se quejan de falta de competitividad, y un mercado interno que no logra dinamizarse.

Mientras tanto, la realidad del sistema financiero desnuda otra paradoja: salvo el Banco República, todas las instituciones bancarias que operan en el país son de capital extranjero. Y, a pesar de las dificultades del contexto económico, esas entidades cierran sus balances con ganancias millonarias año tras año. En el mercado de seguros ocurre algo similar: el Banco de Seguros del Estado se mantiene sólido y rentable, compitiendo de igual a igual con más de media docena de compañías privadas extranjeras. Las financieras de crédito al consumo, por su parte, son también subsidiarias de grupos internacionales que, sin mayores riesgos, obtienen pingües beneficios en una plaza pequeña como la uruguaya.

La contradicción no termina allí. En un país con un déficit habitacional crónico, lo que más se construye —también en ciudades del interior como Salto— son torres de apartamentos. Y lo llamativo es que esos proyectos están orientados casi exclusivamente a un mercado de alta gama, completamente fuera del alcance de la clase media trabajadora. La vivienda digna, que para generaciones anteriores era una prioridad irrenunciable, hoy se vuelve un objetivo casi inalcanzable para miles de familias.

A su vez, las nuevas generaciones asumen la vida desde otra lógica. Si para abuelos y padres la meta era “el techo propio”, para los jóvenes de hoy esa aspiración perdió relevancia. Comprar un apartamento o una casa es visto como un mal negocio: significa atarse a una deuda de décadas e inmovilizar capital que prefieren destinar a experiencias que consideran más valiosas, como viajar o disfrutar de mayor libertad personal. El matrimonio también perdió peso: muchos eligen convivir sin formalidades y, en lugar de tener hijos, optan por mascotas como compañía.

Estas conductas no son aisladas ni caprichosas. Responden a una tendencia global, ya consolidada en países del primer mundo, donde prima la independencia personal y el disfrute del presente. Sin embargo, sus consecuencias comienzan a ser evidentes: la falta de proyectos compartidos, de familia y de objetivos trascendentes genera un vacío que el consumo material difícilmente pueda llenar.

Ese vacío se traduce en realidades dolorosas. La depresión se extiende como una epidemia silenciosa, el consumo de drogas se convierte en un escape frecuente, y el suicidio alcanza cifras alarmantes. Uruguay, lamentablemente, se ubica entre los países con mayores índices de suicidio en el mundo, comparable incluso con las naciones escandinavas. No se trata de un problema individual, sino de un síntoma social que debería preocuparnos a todos.

De nada sirve exhibir un sistema financiero rentable, un mercado inmobiliario dinámico o estadísticas de crecimiento moderado, si en paralelo la gente vive sola, sin proyectos vitales y sin motivaciones profundas. El ser humano no se alimenta únicamente de bienes materiales: necesita amor, necesita comunidad, necesita vínculos afectivos que le den sentido a la existencia.

Uruguay, como sociedad, debe interpelarse. ¿Queremos un país que brinde oportunidades reales de vivienda, de familia, de arraigo, o nos conformamos con ser una plaza financiera atractiva para capitales extranjeros mientras crece el vacío emocional de nuestra gente? La respuesta no puede esperar.

El editorial no pretende idealizar el pasado ni condenar las elecciones individuales de los jóvenes. Cada uno tiene derecho a vivir como lo sienta. Pero lo que sí corresponde es advertir que, como comunidad, no podemos naturalizar una vida sin proyectos colectivos, sin lazos fuertes, sin objetivos que trasciendan el consumo inmediato. Porque un país puede ser rico en cifras y pobre en humanidad. Y esa es, tal vez, la mayor encrucijada que enfrenta Uruguay hoy.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte