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El trabajo infantil puede, excediendo ciertas horas e intensidad, ser un obstáculo en lo que sería el logro académico escolar siendo probable que un logro académico bajo resulte en reducidas oportunidades de futuro.

Las formas de trabajo asociadas con los resultados negativos de aprendizaje y el umbral en el que estos efectos surgen, al parecer, varían entre los países y dentro de ellos. Los niños que son menos sanos y académicamente más débiles, tienen mayor probabilidad de trabajar. Asimismo, tienen menores posibilidades de asistir a la escuela. Según Murillo y Román (2014) algunos de los factores que empujan a los niños/as y adolescentes a insertarse tempranamente al trabajo son la pobreza, el menor capital cultural y la falta de protección social y familiar.

Los niños trabajadores están en desventaja con respecto a los niños que no trabajan. Los primeros están más cansados y con menos tiempo, lo que genera desmotivación y menos expectativas con respecto a su futuro, generando riesgo de abandono del sistema educativo. Los autores también estudian el trabajo infantil y el género, afirmando que en América Latina el trabajo infantil en todo tramo de edad afecta más a los niños (18%) que a las niñas (11%). En cambio, el trabajo doméstico es desarrollado mayormente por niñas, mientras los varones realizan actividades fuera del hogar. Al investigar sobre el trabajo infantil, escolaridad y deserción escolar, plantean que el trabajo infantil en América Latina aparece fuertemente asociado al nivel de escolaridad alcanzada por los niños/as y adolescentes, ya que en su edad adulta los niños/as trabajadores presentan menos años de escolaridad. Los investigadores plantean que el trabajo infantil es una de las variables explicativas del abandono escolar, situación que afecta más a quienes viven en situación de pobreza y vulnerabilidad. La doble condición de niño estudiante y trabajador aparece como una clara evidencia de desigualdad. Asistencia escolar, trabajo infantil y transferencias monetarias. Para los niños menores de 14 años, se realizó un módulo especial añadido a la encuesta de hogares 2006 con el fin de identificar el trabajo infantil entre los niños entre 5 y 17 años. Los resultados indican que sólo el 1.5% de los niños de 5 a 11 trabajan, mientras que el porcentaje se eleva al 9.2 para los niños entre 12 y 17.

En Uruguay se comenzó a contabilizar el fenómeno del trabajo infantil a partir de la Encuesta de Hogares realizada en el año 1999, donde se incluyó un módulo de trabajo infantil. Para que esto sucediera, jugó un papel importante la Convención Internacional de los Derechos del Niño (CDN), ratificada por Uruguay en el año 1990.

Para proteger a la infancia trabajadora era necesario cuantificar el fenómeno. La importancia que tuvo este tratado internacional, permite pensar que fue un impulso para que los países tomaran ciertas medidas en materia de infancia y adolescencia, que quizás antes no creían necesarias o no eran pensadas, ya que la concepción de la infancia era distinta. La infancia es una construcción social que surge a partir de la modernidad. Es en ese momento que se comenzó a poner fin a la invisibilidad de la infancia con respecto a los adultos. Desde la aprobación de la CDN comienza a haber una nueva concepción acerca de los niños/as y adolescentes, ya que reconoce a estos como sujetos de derechos. En cuanto al trabajo infantil, era considerado en Uruguay un problema viejo, es decir, se sabía de su existencia, pero no se tenía datos oficiales de cuantos niños/as y adolescentes trabajadores había en el país. Por tanto, resulta difícil generar mecanismos de protección contra la explotación económica o cualquier tipo de trabajo que sea perjudicial para ellos, sin saber cuántos eran y qué características tienen esos niños/as y adolescentes trabajadores.

 

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