¿Evolución o decadencia?
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Por Jorge Pignataro
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jpignataro@laprensa.com.uy

Hace ya varios años y lo recuerdo como si fuera hoy. Resulta que un amigo me llamó la atención sobre algo que, desde entonces, no dejo de observar con una mezcla de asombro y reflexión: el protagonismo inesperado de un cuidacoches en el ámbito educativo, específicamente en el entorno donde se forman los futuros profesores, donde nos formamos hace más de veinte años aquel amigo y yo, y tantos, y tantos más... No es chiste ni metáfora: un hombre cuya tarea visible es cuidar motos y autos frente al instituto docente, se fue convirtiendo poco a poco en una figura de peso dentro del sistema educativo. Sabe lo que pasa puertas adentro con una precisión que muchos profesores no alcanzan ni con años de antigüedad. Lleva papeles importantes, documentos oficiales. Se encargaba de trámites delicados como ir al banco, cobrar sueldos, regresar con sobres cerrados y confiables. Es, a todas luces, más que un cuidador de vehículos: es una pieza clave, silenciosa pero fundamental. Incluso empezó a asistir a actos de elección de horas, representando a docentes. Y sí, lo confieso, un día dije: “Solo falta que este hombre dé clases”. Lo dije sin sarcasmo y hoy lo repito sin ironía: si llegara a hacerlo, quizás lo haría mejor que algunos que se limitan a ordenar lecturas de fotocopias que ni siquiera ellos conocen.
En paralelo, recuerdo con mucha claridad otro episodio revelador. Allá por 2007 o 2008, un amigo me señalaba con desprecio el lenguaje vulgar y chabacano de un conductor radial local. Su programa (en una emisora de FM “de cuyo nombre no quiero acordarme”, diría don Miguel de Cervantes) era un desfile de obscenidades, frases groseras y una estética verbal terriblemente de mal gusto. Pasaron los años y aquel personaje creció. Llegó a la televisión, se multiplicó en los medios. Nunca cambió su estilo, pero ganó notoriedad. Un día dije: “Solo falta que lo pongan a cargo de la comunicación de un gobierno”. Y otra vez, me sorprendí al escuchar hace pocas horas que, efectivamente, habría sido contratado para tareas de comunicación oficial en una parte del nuevo gobierno de Salto que se está iniciando.
En fin… ¿Qué nos dice todo esto? ¿Estamos frente a una decadencia? ¿Es el síntoma de una sociedad que perdió el rumbo, o simplemente una muestra de que los límites entre lo formal y lo informal, lo profesional y lo espontáneo, se han desdibujado al punto de que cualquiera puede hacer cualquier cosa?
Tal vez sí, tal vez no... No sé.
O tal vez estemos ante otra cosa: la caída definitiva de los títulos como garantía, o de las formas como mérito.
El reconocimiento parece que ya no se basa en diplomas ni en trayectoria, sino en otra cosa más difusa: confianza, cercanía, compromisos personales. ¿Es eso malo? ¿Es bueno? No me atrevo a afirmarlo. Solo sé que ya no me sorprende. Solo sé que ya no hay fronteras claras. Que cada vez es más difícil decir si esto es evolución o decadencia. ¿Usted no tiene la impresión, como yo, que hoy nos quieren hacer creer que todo es relativo y que el bien y el mal no existen…y que la Biblia puede perfectamente estar al lado del calefón?
El juicio, la valoración, la opinión, como siempre queda en manos de quien lee; queda en su criterio, estimado lector.
Yo solo cuento lo que vi, y lo que veo.
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