La memoria en las calles
-
Por Leonardo Vinci
/
joselopez99@adinet.com.uy

En cada ciudad, los nombres que rotulan calles, avenidas, plazas y paseos no son meras referencias para ubicar direcciones o establecer coordenadas geográficas. El nomenclátor urbano es una forma de narrar la historia, de rendir homenaje, de educar a las nuevas generaciones y de mantener viva la memoria colectiva de un pueblo. A través de él, una comunidad expresa sus valores, su identidad y su gratitud a quienes, en momentos decisivos, se pusieron del lado del honor, la libertad y la democracia.
En este contexto, resulta imprescindible que los gobiernos departamentales, en particular las intendencias municipales, impulsen políticas activas de revisión y actualización del nomenclátor, incorporando a él nombres de figuras insoslayables de la vida nacional. Personas que, con coraje cívico y profundo compromiso institucional, se enfrentaron al autoritarismo cuando más fácil hubiese sido callar o mirar hacia otro lado.
Tal es el caso de Amílcar Vasconcellos, Enrique Tarigo y el contraalmirante Juan José Zorrilla.En febrero de 1973, mientras se fraguaba la asonada militar que terminaría en la disolución del parlamento meses más tarde, Amílcar Vasconcellos —figura señera del Partido Colorado y exministro de economía— se plantó con valentía frente a los mandos militares que pretendían doblegar al gobierno constitucional. Su voz firme, en soledad casi absoluta, denunció públicamente lo que muchos preferían ignorar: que estaba en marcha un golpe de Estado. Aquel febrero amargo encontró en Vasconcellos a un tribuno lúcido y tenaz, que nunca dudó en denunciar la insurrección ni en señalar a los responsables de mancillar la República.
Pocos años más tarde, en las jornadas previas al plebiscito de 1980 convocado por la dictadura cívico-militar, otra figura civil emergió como símbolo del retorno democrático: Enrique Tarigo. Jurista, docente y periodista, Tarigo asumió con valentía el desafío de enfrentar desde la palabra al aparato de propaganda oficialista. Fue uno de los principales articuladores del "NO", una opción que, pese a la censura y la represión, triunfó en las urnas y marcó el comienzo del fin de la dictadura. Su liderazgo sereno, su capacidad argumentativa y su entrega a la causa republicana lo convirtieron en referente ético de toda una generación.
Pero no sólo desde la política o el derecho surgieron defensores del orden constitucional. También desde el seno de las Fuerzas Armadas se alzó una voz que, en medio de la desobediencia generalizada, se mantuvo firme en el respeto a la legalidad. El contraalmirante Juan José Zorrilla, entonces comandante de la Armada Nacional, se negó a plegarse al pronunciamiento militar y ratificó su lealtad al Presidente de la República. Su gesto, valiente y solitario, es aún hoy recordado como una de las últimas resistencias institucionales a la ruptura del sistema democrático. En un país donde no siempre se reconoció con justicia a los militares leales a la Constitución, Zorrilla debe ser exaltado como ejemplo de pundonor y compromiso con la República.
Incorporar estos nombres al nomenclátor urbano no es apenas un acto simbólico o protocolar. Es una forma concreta de enseñar historia, de promover la cultura democrática, de construir ciudadanía. Es permitir que niños, jóvenes y adultos, al transitar una calle o detenerse en una plaza, se pregunten quién fue Vasconcellos, qué hizo Tarigo, por qué Zorrilla es recordado. Es mantener viva la llama de la memoria en el espacio público.
Las ciudades tienen una responsabilidad cultural que va más allá de su gestión cotidiana. Deben ser guardianas de la memoria y sembradoras de conciencia. Y en ese sentido, bautizar calles con nombres de quienes defendieron la libertad no es sólo justo: es necesario. Porque no hay democracia sólida sin memoria activa. Y no hay memoria activa si olvidamos a quienes supieron honrar la Constitución cuando otros la traicionaban.
Comentarios potenciados por CComment