La obesidad infantil, una pandemia silenciosa del Siglo XXI
- Por Angélica Gregorihk
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En las últimas décadas, la obesidad infantil se ha convertido en uno de los desafíos más urgentes de la salud mundial. Definida como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede perjudicar la salud, esta condición afecta actualmente a más de 42 millones de niños menores de cinco años en el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si las tendencias actuales persisten, las proyecciones estiman que esta cifra seguirá aumentando, consolidando a la obesidad infantil como una "nueva pandemia" del siglo XXI.
La obesidad infantil no es simplemente una cuestión de malos hábitos alimenticios; es el resultado de una compleja red de factores económicos, sociales y culturales que han transformado el entorno en el que viven los niños.
Por un lado, la globalización y la urbanización han llevado a cambios en las dietas tradicionales, desplazando los alimentos frescos y saludables por productos ultraprocesados, ricos en grasas, azúcares y sal. Por otro, el aumento de estilos de vida sedentarios, impulsado por el tiempo excesivo frente a pantallas y la falta de espacios seguros para la actividad física, ha reducido drásticamente los niveles de ejercicio en los menores.
Además, factores estructurales como la desigualdad económica también juegan un rol determinante. En los países de ingresos bajos y medianos, la obesidad convive con la desnutrición, creando una "doble carga" de malnutrición que afecta desproporcionadamente a las poblaciones más vulnerables. Los niños en estas comunidades tienen menos acceso a alimentos nutritivos y a oportunidades para practicar actividad física, lo que perpetúa un círculo vicioso de mala salud.
En América Latina, la obesidad infantil ha alcanzado niveles preocupantes. La región atraviesa una transición nutricional caracterizada por el reemplazo de alimentos tradicionales por dietas ricas en calorías vacías. Uruguay, por ejemplo, es un caso ilustrativo. Según estudios como el ENZO I y el ENDIS, entre el 20 % y el 25 % de los menores de 19 años presentan sobrepeso u obesidad, con cifras que oscilan entre el 7 % y el 9,5 % para niños menores de cinco años.
Estos datos subrayan una tendencia global, la obesidad infantil no solo está aumentando en términos absolutos, sino que también está afectando a los niños a edades cada vez más tempranas. Las consecuencias son devastadoras, tanto para los individuos como para la sociedad.
Una de las consecuencias más preocupantes de la obesidad infantil es su persistencia en la adultez. Según los especialistas, los niños obesos tienen una alta probabilidad de continuar siendo obesos en la vida adulta. Esto los predispone a una serie de enfermedades crónicas, como diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardiovasculares e incluso ciertos tipos de cáncer.
Además del impacto físico, las consecuencias psicológicas también son significativas. La obesidad infantil a menudo está asociada con problemas de autoestima, ansiedad y depresión, en gran parte debido al estigma social que enfrentan los niños con sobrepeso.
A nivel económico, la obesidad infantil representa una carga para los sistemas de salud. El costo de tratar las complicaciones asociadas con esta condición es elevado y sigue aumentando. Esto, combinado con la pérdida de productividad en la adultez, convierte a la obesidad infantil en un problema no sólo médico, sino también económico y social.
La obesidad infantil es, sin duda, una de las mayores amenazas de salud en estos tiempos. Sin embargo, también es un problema que podemos abordar si actuamos de manera coordinada y decidida.
No podemos permitir que las generaciones futuras carguen con el peso literal y figurado de esta pandemia. Es hora de priorizar la salud infantil como un imperativo ético, social y económico. El costo de la inacción es inaceptable; el futuro de nuestros niños y de nuestras sociedades depende de ello.
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