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Volviendo al inicio, estamos convencidos que las noticias policiales de cada día, esas con las que muchas veces nos alarmamos porque parecen de película o de países lejanos, no reflejan para nada la situación real que nos envuelve. Lamentablemente, las cosas están peores y el periodismo debe también cumplir con la función de alertar a la población. No sembrar miedo pero sí alertarla, que se sepa que hay varias cosas más que ocurren cada día y que, muchas veces pese a los esfuerzos en la investigación, no se logra acceder a la información completa (ni siquiera parcial en algunos casos).

Sinceramente nos preocupa enterarnos de una serie de episodios delictivos que suceden en Salto, y que sin embargo no llegan a conocimiento de la población. Pero no nos referimos a aquellos que, por el motivo que fuese, no se denuncian (aunque esos también suman una buena cantidad), sino a los que sí son denunciados pero no figuran en la crónica policial enviada diariamente por la Oficina de Prensa de Jefatura de Policía. De esos tenemos incluso algunos muy recientes.

Entendemos que una Jefatura tiene sus formas de trabajo, sus protocolos y criterios para brindar o no determinada información, y por supuesto que lo respetamos, ya que tendrá sus motivos técnicos y no tenemos autoridad para cuestionarlos. Pero de lo que no caben dudas, es que si sumamos lo que llega a los medios de comunicación, con lo que no se denuncia y con lo que la Policía no informa, debemos concluir que vivimos en una sociedad con mucho más inseguridad que la percibida. 


Dicho lo anterior, se me ocurre decir ahora que el desempeño bueno, regular o malo que realice un gobierno en el organismo del Estado que sea, a nuestro entender será siempre la propaganda más importante que puede tener. Si bien creemos que la comunicación es necesaria para que la ciudadanía conozca lo que se hace, sería bueno tratar que la gestión hablase por sí sola. De lo contrario, algo muy bien hecho, según cómo se lo comunique puede pasar a verse como negativo, porque está claro que alguna deformación (por mínima que sea y con mayor o menor intencionalidad) siempre existe entre la realidad y los receptores de las noticias que hablan de ella. Los hechos son recipientes vacíos, que van a tomar la forma del sentimiento que los llene, decía Onetti. O sea que también puede pasar (y pasa) a la inversa, es decir que una mala gestión puede pasar a verse, gracias a la intervención de determinados "mensajeros" de turno, como algo bueno y con resultados positivos.


Esto último es lo que ocurre con el tan mentado "maquillaje" de cifras que se hace para luego exhibir y difundir masivamente determinadas estadísticas. Pasa, esto a modo de ejemplo, cuando se observan números vinculados a logros educativos. ¿Por qué los gobiernos (no organismos independientes sino gobiernos) tratan siempre de mostrar cifras alentadoras en cuanto a rendimiento escolar, deserción, etc, y resulta que los docentes ven otra realidad en las aulas? ¿Usted no desconfiaría?, dijera el humorista Eduardo D` Ángelo.

Que quede claro: no es una cuestión puntualmente de este gobierno actual ni de las autoridades actuales del Ministerio del Interior, ni de las jerarquías que tiene hoy la Policía local; esto tiene larga data. 

Pero que además de una razón técnica, existe también una razón vinculada a "pintar" una mejor imagen de una gestión, de eso no tenemos ni la más remota duda.

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