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Se podrá hablar de la evolución de la poesía, se podrá hablar de la incursión de las vanguardias no solo en la literatura sino en el arte en general a comienzos del siglo XX (por supuesto que nadie puede desconocerlo), se podrá hablar de la moderna inclusión como cosa natural en la poesía de aquello que en algún momento hasta pudo considerarse “anti-poético”…Está bien; pero no puede haber poesía sin sustento en los orígenes, en lo clásico. Y de eso hablamos en Uruguay, más allá que antes ya hubo buenos cultores de las letras, cuando hablamos de “los poetas del 900”: Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira o aquel hombre a quien hoy homenajeamos, al haberse cumplido a comienzos de este 2025,  nada menos que 150 años de su nacimiento: Julio Herrera y Reissig. Son poetas de obra insoslayable.

 

Estuvo en Salto

Nacido en Montevideo el 9 de enero de 1875, en solo 35 años que duró su vida (murió el 18 de marzo de 1910) escribió una obra fundamental para la literatura uruguaya y, nos animamos a decir, latinoamericana. El lector podrá comprobar nuestras afirmaciones en uno de los libros más difundidos de su poesía, el que se titula “Poesías Completas” y fue publicado póstumamente, en 1913.

Seguidamente compartimos uno de sus sonetos más famosos, como simple muestra, ni más ni menos, que de perfección poética. Antes, queremos decir que este hombre salió muy pocas veces de Montevideo, dos o tres nada más, pero una de esas veces fue cuando vino de visita a Salto, por pocos días, y estuvo en campos de lo que hoy son las Termas del Arapey (según lo consigna Leonardo Garet en un artículo de la revista literaria salteña La Piedra Alta, ya desaparecida).

 

La vuelta de los campos

La tarde paga en oro divino las faenas...

Se ven limpias mujeres vestidas de percales,

trenzando sus cabellos con tilos y azucenas

o haciendo sus labores de aguja en los umbrales.

 

Zapatos claveteados y báculos y chales...

Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.

Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.

Un suspiro de Arcadia peina los matorrales...

 

Cae un silencio austero... Del charco que se nimba

estalla una gangosa balada de marimba.

Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,

 

las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas...

Y humean a lo lejos las rutas polvorosas

por donde los labriegos regresan de los campos.

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