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 ¿Qué pasa si una persona se dedica tanto a trabajar, a cumplir única y estrictamente con lo que le exige una sociedad marcada por el consumo, que hasta pierde los vínculos más esenciales para cualquier ser humano: con su familia, con sus amigos, con todos sus afectos? Pasa lo mismo que si se dedicara únicamente a estar con una computadora o un celular: se deshumaniza. 

Hace 110 años, un joven escritor checo (en lengua alemana) ya imaginó lo que sucedería y creó un personaje llamado Gregorio Samsa, viajante de comercio. Ese escritor fue Franz Kafka (188-1924) y a ese personaje lo ubicó como protagonista de la novela breve “La Metamorfosis” (publicada por primera vez en una revista de Alemania en 1915).

Pero llevó esa deshumanización al extremo: presentó al personaje en verdad transformado (metamorfosis) en un bicho. Un animal que se mira el cuerpo y acepta que ese es el resultado de ver una mujer solamente si es en un recorte de revista colgado en la pared, si cuando se trata de hablar solo se hace sobre trabajo y con personas de ese ambiente, si los únicos temas que rondan su cabeza son los horarios de los trenes para ir a trabajar y las cuentas sin pagar, que la familia no es más que una carga que mantener económicamente, que el día se reduce a cumplir obligaciones sin descanso y la noche, es solamente un tiempo para dormir de modo que pueda estar en pie al otro día a las 4 de la mañana, para seguir trabajando, por supuesto.

Un animal que trabaja

El hombre pasa a ser una máquina. El hombre pasa a ser un animal que trabaja. Así lo imaginó Kafka. Así que este Gregorio, que tras la metamorfosis pasa a ser un monstruoso cascarudo que, para su pesar (porque la conciencia es siempre la única fuente generadora de dolor) todavía piensa, es al mismo tiempo una realidad y un símbolo. Es realidad porque realmente se transforma en bicho; y es símbolo a la vez de lo que ya era aún antes de la transformación: un bicho que solo vivía para trabajar.

Pero téngase en cuenta que Kafka lo hizo hace más de 100 años, cuando el consumismo aún no había calado tan hondo, y el valor monetario era apenas uno más entre los varios que se le daba a las cosas y no el preponderante, cuando no se hablaba (porque no había) de personas que están las 24 horas pendientes de un aparato que llaman celular, cuando todavía la inteligencia era una cuestión puramente humana y no existía ni remotamente la posibilidad que fuera artificial. Kafka fue un adelantado, no cabe dudas. De ahí que no faltan quienes se preguntan: ¿Y si Kafka viviera hoy? Quizás no le sorprendería que cada día amanezcan personas convertidas en bichos.

El hombre alienado

Este checo fue uno de los más lúcidos escritores del siglo XX, de esos que pudo ver que la comunicación (o incomunicación, pese a tantos medios y tanta abrumadora tecnología) y la alienación, eran centrales en la vida humana del siglo que se iniciaba. Y lo llevaron a la literatura.

Alienarse es desgajarse de la realidad. ¿En cuál realidad vive el hombre de hoy? ¿La de encontrarse cara a cara con un vecino a conversar? ¿O ya se desprendió de ella y vive en esa otra formada por barrios virtuales llamados redes (anti) sociales?

"La Metamorfosis", hace ya 110 años retrató de manera simbólica y real, pero sobre todo profundamente psicológica, la desconexión del individuo con su entorno social, familiar y consigo mismo. 

En tiempos como estos, de avanzado siglo XXI, cuando los lazos afectivos padecen su fragilidad, gana lo inmediato y efímero, se impone el aislamiento social y emocional, y la falta de comunicación impera, vale la pena volver a Kafka. Quizás su lectura, además de ser el mejor homenaje que podemos hacerle, pueda llegar a tiempo para salvarnos de tantas tensiones que teje esta vida moderna, esta inhumana existencia.

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