
Líber Falco o lo cotidiano como trascendencia
El autor de Cometas sobre los muros fue caracterizado por el crítico Alberto Paganini como un poeta de la inmediatez. Y otro estudioso de su obra, que además ha sido su editor más constante, Heber Raviolo, afirmó que la de Falco es “una obra que todo lo apuesta al sentimiento”. Y ambos, como también lo hicieron luego otros, destacan la capacidad de transmutar emociones sencillas, sus propias vivencias, en categorías poetizables compartibles por un universo muy variado de lectores.
En lo anterior quizá radique la explicación del suceso permanente que se generó en torno a Liber Falco desde la década de los sesenta, cuando a diez años de su muerte la edición de sus poesías completas, bajo el título Tiempo y tiempo –que había sido el de su libro editado por la revista Asir- comenzó a agotar sistemáticamente edición tras edición. Luego vinieron las musicalizaciones de sus versos por parte de cantores populares, lo que proyectó la peculiar mirada falquiana a públicos masivos.
El poeta, fallecido en 1955, nunca hubiera sospechado la enorme notoriedad que el destino le tenía preparado a su obra. En realidad su vida tuvo, explicándolo en términos actuales, muy bajo perfil. Trabajó en varios oficios poco relacionados con las letras –tuvo, por ejemplo, una panadería en un barrio montevideano, y también se desempeñó en ese rubro en sus tiempos de Piriápolis–, pero sí en uno vinculado de manera indirecta, que fue el de corrector de prensa. Uno de sus textos más famosos, titulado Despedida, está dedicado a sus compañeros de labor en el diario Acción.
No tuvo formación académica y fue lector obsesivo de pocos autores. En poesía: Cesar Vallejo, Antonio Machado y Jules Supervielle. En literatura en general: los novelistas rusos del siglo XIX, Romain Rolland, Chesterton, Saint-Exupery y Rafael Barret. No frecuentó círculos de poetas, muchos y diversos en su tiempo, y su único relacionamiento con el mundo de las letras lo realizó de manera tangencial, a través de la atmósfera informal y hasta casual de la alta noche y madrugada de algunos cafés. Sobre todo el Libertad –como lo describió tan bien el narrador Mario Arregui en el libro evocativo que le dedicara– donde Falco llegaba con su aire cansado y melancólico todas las noches, al salir de sus tareas en el diario.
Se ha definido a este autor como “poeta montevideano”. Y lo es, pero de un costado parcial de lo urbano: el barrio, sus calles, la vida sencilla, la evocación de la infancia, las pequeñas cosas. No le cantó nunca a la ciudad en su totalidad de urbe trepidante, con altos edificios y con sonidos múltiples, con su plural vibración, como lo habían hecho nuestros vanguardistas de los años 20; sí recreó lo urbano a partir del barrio, y desde ese lugar bien cotidiano universalizó una ciudad más íntima.
Otros temas, otros ámbitos
No obstante, la feliz reiteración en recitados actorales y en boca de cantores de algunos de sus versos –como los tan conocidos de Biografía: “Yo nací en Jacinto Vera. / Qué barrio Jacinto Vera. / Ranchos de lata por fuera / y por dentro de madera” – han estereotipado la perspectiva frente a una obra mucho más rica y matizada. Porque Falco también pulsó la cuerda de lo social y político; muchos de sus textos están cargados de un aura comprometida, como los de Canción por la España obrera: “Cruzados del alba nueva/ son los obreros de España.”
Pero hay un aspecto que se ha analizado mucho menos en su creación: el aliento metafísico que aparece de golpe en su poesía; sobre todo en la del último período, pero no sólo en ella. “Porque estoy solo a veces, / porque sin Dios estoy, sin nada”, tales son los versos con los que comienza Extraña compañía, que sintetizan –con sabiduría metafórica– la soledad esencial de la condición humana. Y llama la atención la hondura filosófica de estos versos de Final-Radiografía: “Muerto he de verme / caminar detrás mío, / pulsándome los pasos / que no he dado”.
En el entusiasmo por valorizar su carisma de cercanías, el lirismo coloquial, ese mundo poético que suena entrañable y cotidiano, se ha dejado de lado la otra – válida– lectura de Falco como poeta que, si bien de modo asordinado, supo abordar tópicos esenciales de la tradición lírica como la soledad y la muerte.
(Colaboración especial de Alejandro Michelena)