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¿Por qué leer hoy a…?
Hace unos días ensayé una respuesta a la pregunta de qué era la literatura salteña para mí y para ello mencioné algunos ejemplos de esta. Intentaré en las próximas columnas responder, de manera breve, por qué leer a esos y a otros escritores. En realidad este trabajo no debería ser necesario. Los autores, las autoras, se defienden muy bien con su obra. Son sus narraciones, sus versos, los que dan la lucha cultural, estética y ética en contra de la deshumanización. Aunque, en esta época en la que se privilegia lo que llega a la velocidad de reel y sin esfuerzo, las verdades tiktokeras de veinte segundos, el grito sobre la sugerencia, se hace imprescindible, obligatorio, que las generaciones de lectores busquemos asegurar la continuidad de la especie lectora.
Es verdad que hay jóvenes muy lectores. Incluso muchos de ellos leen más que adultos que conocemos. Pero reitero, es una de nuestras responsabilidades garantizar la transmisión cultural de al menos el hábito de la lectura. Ellos y ellas se encargarán luego de hacer sus propios caminos, de poner a prueba a los que nosotros y otros hemos llamado clásicos.
Nuevos escritores surgen en Salto, en Uruguay y en el mundo todo el tiempo. Cada vez se publica más, ya sea en formato papel o en digital. Los libros nunca estuvieron tan al alcance de la mano, nunca fueron tantos. Por estos días se reveló en España unos datos esperanzadores, los jóvenes de entre 14 y 24 años eran el grupo etario más lector de ese país. Algunos se preguntarán qué leen, descalificando sus lecturas, olvidando el dicho “y por casa cómo andamos” o practicando la desmemoria de su propio camino como lector. Nadie comienza su sendero de lectura por Joyce o Virginia Woolf, seamos sinceros. Lo importante es el hábito, generar la costumbre. Si subo a un ómnibus y treinta pasajeros están viendo el celular, mi tarea es abrir un libro y ponerme a leer. Si soy padre, madre, abuelo, abuela, debo tener una biblioteca, leerles, mostrarme leyendo, vamos, que predicar con el ejemplo. No imponer, no obligar, que el libro vaya entrando despacito en sus vidas, como un virus que se respira por los ojos y que nos sana al contagiarnos con sus palabras. Recordar, que adultos y jóvenes somos aliados en esta tarea de no embrutecernos, que no hay que dejarles el camino fácil a los que viven y engordan sus bolsillos a costa de la ignorancia.
Colaboración especial para Punto y Aparte, de Rafael Fernández Pimienta (docente y escritor).