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La elección del domingo ha marcado por primera vez que el Frente Amplio, sin mayoría en la primera vuelta, gana en la segunda. No fue así en las tres anteriores. En octubre, la dirigencia frentista terminó bastante decepcionada mientras la Coalición Republicana celebraba que no resultaba real el proclamado favoritismo frentista. No es fácil explicarlo. Tampoco que un gobierno con muy buena aceptación no logre revalidarse en las urnas. Eso nunca había pasado, pero era extraño porque -pese a esa confianza en el gobierno- las encuestas venían marcando, invariablemente, ese favoritismo del Frente Amplio. Lo que nos lleva a concluir que la política es asunto más que complejo para pronosticar y que la opinión pública hoy responde a motivaciones de muy diversa naturaleza.

Para empezar, se ha comprobado que en la última semana se define un porcentaje importante de ciudadanos (de un 10% a un 15%), lo que puede producir alteraciones significativas. Allí inciden factores como quién luce como más posible ganador o quién, en ese momento, posee elementos emocionales a su favor. En el caso, me parece relevante la aparición de nuestro colega Mujica con una situación comprometida de salud y una suerte de diálogo con la muerte que le dio al Frente épica, sentimiento. En la otra punta de lo emocional, no es descartable la presencia de votantes independientes que pensaron que la situación parlamentaria se tornaba un tema más complejo con una victoria de Delgado en minoría en el Senado y sin mayoría propia en Diputados.

En el terreno político, es indiscutible que la bajada en noviembre, en los departamentos donde es mayoría la Coalición, ha sido un factor decisivo. Ni Montevideo ni Canelones, donde es minoría, mostraron fuga del voto de la primera vuelta aunque el Frente algo aumentara su caudal. En estos dos departamentos es donde más pesa la opinión ciudadana y menos la organización, que en términos relativos influye más en el interior. Lo que lleva a concluir que, pasada la elección parlamentaria, desmotivadas las agrupaciones principales y con algunos Intendentes nacionalistas preocupados más en mayo que en noviembre, se produjo una baja de militancia. Ella contrastaba con esa pasión que aparecía en el Frente y con un Orsi que, luego de una primera vuelta de escaso protagonismo, aparecía ahora más cómodo y activo en una comunicación sencilla y bonachona.

Delgado hizo en lo personal una buena campaña. Mostró solvencia, capacidad, fluidez… Pero la comunicación de su propuesta general, y su publicidad, adolecieron de una ausencia sustancial: mostrarlo como respetuoso coordinador de una coalición que co-gobernaría. En la primera vuelta, contra las encuestas incluso, Delgado ya había mostrado capacidad. No estaba en duda que era un buen candidato y podía ser un buen Presidente. Tenía luz propia y no solo el reflejo presidencialista de Lacalle Pou. En el balotaje el desafío era otro: motivar suficientemente a los votantes de los socios para evitar fugas. Los colorados, empezando por Ojeda, hicimos una prédica coalicionista. En cambio faltó Coalicionismo en la comunicación de la candidatura oficialista. En la segunda vuelta, ya no importaba tanto Delgado. La cuestión era que no se dispersaran votos batllistas muy ortodoxos, cabildantes algo frustrados, independientes decepcionados o votos sueltos indecisos que dudaban de la gobernabilidad.

Naturalmente, todo esto requiere análisis más fino de opinión pública. Simplemente estamos dando nuestra impresión para explicar el cambio sustantivo que se dio entre la primera y la segunda vuelta.

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