Cuando la prudencia llega tarde
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Por José Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy
El presidente Yamandú Orsi volvió a referirse al incierto futuro del contrato entre Uruguay y el astillero español Cardama para la construcción de las patrulleras oceánicas. Lo hizo apelando a “tranquilidad, paciencia y prudencia”, tres palabras que, paradójicamente, brillaron por su ausencia cuando el propio gobierno anunció con estridencia la decisión de rescindir el acuerdo, alegando la presunción de fraude o engaño al Estado.
Hoy, con una denuncia judicial en curso y un contrato que —como el propio mandatario reconoce— sigue vigente, queda claro que la administración se apresuró en transformar sospechas en certezas públicas. Así, el presidente sostuvo que “una cosa es el contrato y otra cosa lo que queremos”. Pero en términos de conducción del Estado, ambas cosas deberían dialogar entre sí, no chocar en plena vía pública. El Estado no funciona por impulsos; funciona por compromisos legales, responsabilidades políticas y una imprescindible coherencia institucional. Cuando esos pilares se tambalean, se generan vacíos que otros actores —internos o externos— no tardan en ocupar.
La contradicción entre el discurso inicial y la postura actual deja una sensación de improvisación. Días atrás, el gobierno pareció dar un paso definitivo al anunciar que rescindiría el contrato. Hoy, sin embargo, admite que la posibilidad de continuar con Cardama no está totalmente descartada, aunque “así como está, no”. Pero si el contrato no “ofrece mayores garantías”, ¿por qué no se actuó con mayor rigor técnico antes de escalar el conflicto al plano político y diplomático? ¿Cuánto de la decisión original respondía a hechos concretos y cuánto a la tentación de mostrarse enérgico ante la opinión pública?
En política, la firmeza no se mide por la velocidad con la que se golpea la mesa, sino por la solidez de los argumentos y la consistencia de las acciones. No es la primera vez que un gobierno, enfrentado a un problema complejo, opta por privilegiar el impacto comunicacional antes que el análisis sereno. Pero sí es uno de los casos más evidentes en que esa lógica termina desbordando al propio Ejecutivo, que ahora intenta replegarse hacia un discurso de mesura.
Orsi insistió en la necesidad de “defender la soberanía en el mar”. Nadie discute ese objetivo. Uruguay precisa fortalecer su capacidad de patrullaje oceánico, modernizar su flota y asegurar la presencia del Estado en aguas donde abundan la pesca ilegal, el narcotráfico y otras amenazas. Pero justamente por tratarse de un asunto estratégico, exige rigurosidad, previsión y seriedad extrema en cada paso. En ese contexto, los bandazos políticos no solo generan desconfianza, sino que pueden terminar afectando los intereses del país.
El gobierno parece haber descubierto, tardíamente, la diferencia entre indignarse y gestionar. Mientras la causa judicial avanza, el Estado debe seguir atado a un contrato que proclamó muerto sin haberlo enterrado. Y ahora tiene que explicar por qué, aquello que se presentaba como una decisión inapelable necesita, en realidad, más análisis, más estudio y más prudencia. Es difícil para un gobierno —para cualquier gobierno— reconocer que se equivocó. Más aún cuando la decisión inicial se defendió como un acto de firmeza ética. Rectificar exige altura política y honestidad intelectual, dos virtudes escasas en tiempos donde la política vive atrapada entre la ansiedad de las cámaras y el vértigo de las redes. Sin embargo, es justamente ahí donde se distinguen las gestiones maduras de las simplemente reactiva.
Si el gobierno decide finalmente recomponer su relación contractual con Cardama, deberá explicar el giro con transparencia y asumir las consecuencias políticas. Si opta por romper definitivamente el contrato, tendrá que justificar los argumentos técnicos que sustenten la rescisión. Pero lo que definitivamente no puede hacer es seguir transitando un terreno ambiguo donde la indignación inicial y la mesura tardía conviven en un mismo discurso. En asuntos estratégicos —y este lo es— los impulsos pueden salir caros. Y la prudencia, como la confianza, vale más cuando se ejerce a tiempo.
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