Los excrementos de las mascotas
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Por Leonardo Vinci
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joselopez99@adinet.com.uy

A través de las páginas de LA PRENSA, hemos señalado en más de una oportunidad, que la mala educación de no recoger los excrementos de las mascotas constituye una falta de respeto que ensucia nuestras calles. Pasear a una mascota debería ser una experiencia placentera tanto para el dueño como para el animal. Sin embargo, en nuestra ciudad, esta rutina se ha convertido en motivo de molestia e indignación para los vecinos debido a un problema persistente: la falta de educación de quienes no recogen los excrementos de sus perros.
Esta conducta, que a simple vista puede parecer una omisión menor, revela una actitud profundamente egoísta y una alarmante falta de respeto por el espacio público y por los demás ciudadanos.
Caminar por la calle esquivando excrementos se ha vuelto, lamentablemente, algo cotidiano en Salto.
Las veredas, las plazas e incluso las entradas a edificios o comercios se ven con frecuencia manchadas por desechos caninos que nadie se ha molestado en levantar.
Este acto no solo resulta visualmente desagradable, sino que también representa un riesgo para la salud pública.
Como es sabido, les excrementos de los animales pueden contener parásitos o bacterias que contaminan el ambiente y pueden transmitirse a otros animales e incluso a las personas, especialmente a los niños que juegan en el suelo o a quienes tienen contacto con zapatos sucios que luego ingresan al hogar.
Más allá del problema sanitario, no recoger los excrementos de los perros, habla de una grave falta de consideración. Es una actitud que refleja el poco compromiso con la convivencia y la responsabilidad social. Vivimos en sociedad, compartimos espacios, y el respeto por el otro comienza por gestos tan simples como limpiar lo que uno ensucia.
Tener una mascota, no es solo alimentarla y sacarla a pasear; también implica asumir deberes básicos como recoger sus residuos. Lo más frustrante es que no se trata de una cuestión de desconocimiento o falta de medios. Las bolsitas necesarias para recoger los residuos son muy económicas. Por tanto, el problema no es la falta de recursos, sino la falta de voluntad.
La excusa de "no tenía bolsa" o "fue solo una vez" no justifica una acción que, repetida por decenas de personas, convierte nuestras calles en verdaderos campos minados de suciedad. No debería ser necesario vigilar ni castigar para que alguien haga lo correcto. Es cuestión de educación, de valores, de ponerse en el lugar del otro.
¿Quién disfruta pisar excrementos o ver a sus hijos jugar cerca de ellos? ¿Quién no se siente ofendido al ver cómo se degrada un espacio común por la desidia de unos pocos? Además, esta actitud genera una injusta generalización.
Muchos dueños responsables, que sí recogen los residuos de sus mascotas, se ven señalados o criticados por culpa de quienes no lo hacen. Se genera así un clima de tensión y desconfianza entre vecinos que podría evitarse con un poco más de sentido común y empatía.
En definitiva, recoger los excrementos de nuestras mascotas no es un favor que hacemos a los demás: es una obligación mínima, una muestra de educación y respeto.
Si queremos vivir en una ciudad limpia, ordenada y habitable, es necesario comenzar por lo más básico. Y no hay nada más básico que limpiar lo que uno ensucia.
La próxima vez que salga a pasear al perro, no olvide llevar una bolsita para recoger sus residuos.
Su barrio, sus vecinos, y su propia dignidad se lo agradecerán.
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