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En alguna oportunidad recordábamos en estas páginas que en los primeros días de 1891 la Junta Económica Administrativa decidió llevar adelante un ambicioso Plan de Obras con el propósito de empedrar el centro de la ciudad de Salto. En poco tiempo, las calles dejaron de ser un lodazal para convertirse en transitables, dando cuenta de un acelerado proceso de crecimiento urbano. Aunque estas obras implicaron un gran avance no dejaban de ser primitivas. Solo se cubrió la calle con piedras irregulares sobre una capa de arena, lo que resultaba muy vulnerable a las lluvias.

Más adelante se dio el paso fundamental: se abandonaron los cimientos de arena y fueron reemplazados por cemento Portland. Con esto se lograron frenar las filtraciones al subsuelo que aflojaban los adoquines. Era lo que se necesitaba para lograr calles más firmes y duraderas.
40 años más tarde, una compañía de origen alemán levantaba los adoquines de casi todas las calles importantes. Había llegado el tiempo del hormigón.

Pero aún hoy, algunas calles salteñas adoquinadas nos traen el traqueteo de una ciudad que andaba a otro ritmo, más lento. Hay quienes las transitan con nostalgia, otros con incomodidad. Huellas de una historia que se escribió vertiginosamente, y que, como Salto, no se detiene.
Esas pocas cuadras fueron declaradas “Patrimonio Histórico” de acuerdo con el Proyecto de Decreto presentado el 8 de enero de 2001.
Recordemos que, tras su estudio, la Comisión de Cultura se pronunció favorablemente, aconsejando su votación afirmativa.


Puesto el Proyecto a consideración del Plenario pocas semanas después, la Junta Departamental aprobó la norma propuesta. La Intendencia, preservando “la originalidad histórica” comenzó los trabajos en una de las calles de adoquines “tendientes a realzar el valor histórico de la misma y facilitar un normal flujo de tránsito vehicular y peatonal”. Sin embargo, las obras no lograron recuperar el nivel original de la calle.
Hoy por hoy, las pocas cuadras de adoquines declaradas de “Patrimonio Histórico del Pueblo de Salto” se encuentran en mal estado. Los conductores se quejan porque el tránsito no es tan fluido como fuese deseable.


Hasta se escuchan algunas voces que reclaman el fin del adoquinado. Sin embargo, en las grandes capitales del mundo como Buenos Aires, Roma o Nueva York, los adoquines gozan de buena salud. Uno de sus secretos está en la firmeza de la base y para que la colocación resulte exitosa es necesario que manos experimentadas hagan lo suyo. Tal vez sea hora de contratar a quienes han demostrado internacionalmente conocer al dedillo la técnica del adoquinado para que podamos volver a estar orgullosos de nuestro Patrimonio Histórico.  Si en las grandes ciudades del mundo conservan las calles de empedrados, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros?

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