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Por primera vez desde la epidemia de peste negra que devastó el mundo en el siglo XIV, la población mundial registrará un retroceso que puede originar trastornos sociales, económicos y geopolíticos. A ese antecedente de la historia, se le suman otros episodios similares, como  la epidemia de la gripe española, que cobró entre 50 y 100 millones de víctimas en 1918 y 1920. Agravando el balance de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que dejó de 15 a 20 millones de víctimas, entre muertos e inválidos.En los siete siglos que siguieron a la pandemia de la peste negra, la población mundial se multiplicó por 20, y solo en los últimos 100 años se cuadruplicó. Más precisamente, desde el comienzo de la era industrial, hace dos siglos y medio, el mundo conoció cuatro grandes picos de crecimiento demográfico: la explosión de la natalidad en Europa y América del Norte a fines del siglo XVIII y gran parte del XIX, el baby boom posterior a la Segunda Guerra Mundial (entre 1946 y 1964), el crecimiento poscolonial en Asia, África y América Latina (1950-1980) y el auge poblacional en China después de la llegada del comunismo al poder, en 1949. Ahora, después de dos siglos y medio de ascenso sostenido, el planeta ingresó en una fase de mortalidad neta, como dicen los demógrafos cuando el número de decesos supera la cantidad de nacimientos. El mundo, concretamente, perdió el interés vital que salvó a la humanidad varias veces de la despoblación que, ahora, se cierne sobre la humanidad. 

A título de ejemplo, el año pasado Francia –que era uno de los países más prolíficos de Europa– registró menos nacimientos que en 1806. En Japón, la población total retrocede a un ritmo de 2300 personas por día desde hace 15 años. Italia, con un retroceso neto de 0,5% anual, perdió dos millones de habitantes de la categoría más activa de población (entre 16 y 60 años de edad). En el sudeste asiático también se contabiliza más decesos que nacimientos desde 2021. Idéntica caída  la de natalidad se advierte en Cuba, Túnez y Rusia. Fenómeno que notoriamente no escapa nuestro Uruguay, donde ya las autoridades han alertado de esta situación, verificada en la caída de la matrícula de servicios educativos, tanto en inicial, primaria como en secundaria.

Algo que se adjudica a nuevos valores societales y culturales,  ante el final de una larga era de prosperidad que augura nuevas incertidumbres y el surgimiento de factores ambientales, psicológicos y biológicos que perturban la fertilidad. Proceso que afecta la economía, conduce al envejecimiento de la población con  tres consecuencias importantes: disminución del crecimiento, incremento del gasto público y elevación de riesgos políticos y sociales. Atendiéndose que contrariamente a los grandes retrocesos demográficos de la historia –causados por pandemias, guerras o catástrofes naturales–, el proceso actual obedece a una opción de la gente” que coincide con otras dos grandes tendencias de la humanidad. Por un lado, la caída de natalidad desvirtúa los pronósticos, hasta hace muy poco vigente, de un incremento demográfico que llevaría la población mundial a 10.000 millones de habitantes a fin de siglo. Fenómeno,  basado en parte en el aumento notable de la longevidad, favorecida por los progresos de la ciencia y la medicina.

Se trata de esa famosa revolución gris protagonizada por los 573.000 centenarios y 158 millones de octogenarios que viven en el mundo, según el World Population Prospects de la ONU. Esa franja de la población salió del perímetro productivo, pero impacta el funcionamiento social porque recibe jubilaciones –más o menos significativas, según los países–, ademas de exigir costosos servicios de salud y, en muchos casos, vivir con la ayuda familiar. Realidad, que Uruguay vive y que obliga sí o si-más allá de algunas propuestas populistas de  difícil financiamiento a: aumentar los impuestos, bajar el nivel de las jubilaciones o retrasar la edad de retiro… Opciones notoriamente impopulares. Esta situación, amenaza con transformar las estructuras familiares y los sistemas de vida.  Pero, por encima de cualquier otra consideración, la situación plantea un desafío inimaginable al orden de conservación y resiliencia sobre el cual se construyó toda la historia del género humano.

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