La Prensa Hacemos periodismo desde 1888

Uruguay vive una hora compleja. No es una crisis, pero sí un cruce de caminos. Un cruce en el que algunos piden enfrascarnos en disputas menores, agravios estériles, en la política de lastimar al otro y no de mejorar la vida de la gente. Frente a eso, la opción es asumir, con serenidad y firmeza, que el país necesita centrarse en los grandes temas, en aquello que define el destino de una nación y no la suerte de una polémica pasajera.

Nuestro partido Colorado, a lo largo de su historia, ha honrado ciertos principios que hoy, más que nunca, merecen ser reivindicados: la ética de la responsabilidad, la austeridad republicana, el cuidado riguroso de las cuentas públicas, el convencimiento de que el Estado existe para servir a las personas, no para servir a partidos, sectores o proyectos personales. Y junto a ello, una noción de justicia social que se asienta en la libertad, en la dignidad del trabajo, en la vigencia del derecho y en el esfuerzo compartido. Nada de esto es retórico: son los cimientos sobre los que se construye un país estable y decente.

Pero hay una distorsión creciente que amenaza estos valores: la idea de que el enemigo es el que piensa distinto. Que el adversario político es alguien a destruir, a descalificar, a reducir a caricatura. Que la firmeza equivale al insulto, y la convicción, a la furia. Incluso hay quienes sostienen que, si no adoptamos ese estilo de confrontación permanente, somos “tibios” o “acomodados”.

No comprenden que si imitáramos esos métodos, terminaríamos convertidos en aquello que cuestionamos. La política uruguaya perdería su rasgo más valioso: la capacidad de competir sin odiar, de discrepar sin fracturar, de discutir sin romper los puentes que sostienen la convivencia democrática.

Además, esa visión confunde. El enemigo no es el otro dirigente político. El verdadero enemigo es el narcotráfico, que se infiltra en los barrios, destruye familias, envenena a los jóvenes y corroe las instituciones. El enemigo es la inseguridad que angustia a pueblos, ciudades y zonas rurales por igual, y que exige una respuesta firme, profesional y sostenida. El enemigo es la falta de empleo de calidad, que castiga a miles de familias y erosiona el futuro de nuestros jóvenes. El enemigo es la pérdida de valores, el deterioro del respeto, del esfuerzo común, de la cultura del trabajo que hizo grande a nuestro país.

Pelearnos entre nosotros no resuelve nada de eso. Convertir al adversario en villano es una distracción que el Uruguay no puede permitirse. Nuestro deber es otro: unir voluntades, fortalecer instituciones, asegurar transparencia, promover crecimiento y defender la libertad como motor del individuo y de la comunidad.

Ese es nuestro camino. No uno ingenuo ni blando. Al contrario: somos duros para señalar errores, sólidos en los principios, exigentes en la gestión, firmes en la defensa del interés nacional. Pero no queremos,ni aceptaremos, una política que se defina por la destrucción del otro. Uruguay no necesita ruido; necesita rumbo.

El Papa León escribió: “Nosotros somos nuestro tiempo.” La forma en que elijamos vivir este tiempo marcará nuestro destino. Si optamos por el resentimiento, cosecharemos división. Si optamos por la responsabilidad, la sensatez y la libertad, construiremos un país más seguro, justo y próspero.

Es claro cuál es el camino que merece Uruguay. Y también cuál es el que no puede permitirse. Porque este país, por su historia y por su vocación, está llamado a construir, no a destruir; a elevar, no a hundir. Ese es nuestro compromiso. Ese, por suerte, es nuestro destino y debe ser nuestro tiempo.

Comentarios potenciados por CComment

Ranking
Recibirás en tu correo electrónico las noticias más destacadas de cada día.

Podría Interesarte