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En las onduladas tierras de San Antonio, en el actual departamento de Salto, el viento arrastra aún un eco antiguo: el del combate del 8 de febrero de 1846, cuando Giuseppe Garibaldi y su Legión Italiana sellaron una de las victorias más resonantes de la Guerra Grande. La Batalla de San Antonio no solo consolidó la defensa de Montevideo, sino que dejó en la historia uruguaya una página teñida de heroísmo, sacrificio y silencios que todavía esperan ser plenamente honrados. Entre esos silencios están las tumbas perdidas —o nunca señaladas del todo— de los legionarios garibaldinos caídos en el campo de batalla.

Aquellos voluntarios italianos, conocidos como los camisas rojas, habían llegado al Río de la Plata movidos por ideales republicanos y anhelos de libertad que sobrepasaban fronteras. Garibaldi, que iniciaba allí la leyenda que luego incendiaría Europa, encontró en estas tierras un escenario donde su visión igualitaria y su audacia militar hallarían expresión. Pero sus hombres, jóvenes muchos de ellos, dejaron en ese suelo algo más profundo que una victoria: dejaron su vida, y con ella, huellas que el tiempo fue cubriendo sin la solemnidad que su entrega merecía.

Los garibaldinos muertos en San Antonio

Los relatos de época mencionan que los garibaldinos muertos en San Antonio fueron enterrados en el propio terreno, muy cerca de donde cayeron. No hubo tiempo —ni recursos, ni condiciones— para erigir lápidas individuales. La urgencia de la guerra imponía resolver lo inmediato, mientras la Legión se preparaba para nuevos movimientos. Así, los cuerpos quedaron allí, descansando en fosas que jamás recibieron un nombre ni una marca duradera. Ningún cementerio específico surgió en ese punto, a diferencia de otros escenarios militares donde sí quedaron registros más precisos.

La Legión Italiana

Y, sin embargo, la memoria colectiva de Salto no los olvidó. En la región existen monumentos y referencias a Garibaldi, testigos de aquella jornada que cambió el pulso de la Guerra Grande. A los pies del monumento levantado en la zona del combate, puede leerse grabada en mármol la resolución del presidente Joaquín Suárez, que otorgaba a la Legión Italiana la derecha de todas las formaciones militares del sitio de Montevideo, “hasta que otra escuadra se distinguiese por su heroísmo”. Es un reconocimiento oficial, solemne, que resalta el prestigio alcanzado por aquellos voluntarios. Pero no deja de contrastar con la modestia de sus tumbas invisibles, dispersas bajo la tierra donde la hierba crece sin testimonio.

De algunos nombres sí se tiene memoria

Figuran en documentos de la época y en estudios posteriores sobre la Legión Italiana y sus campañas. Entre los combatientes —italianos y orientales— que lucharon y murieron bajo las órdenes de Garibaldi se mencionan figuras como Andrés Aguiar, héroe oriental caído en la acción, así como italianos registrados en listados históricos: Antonio Venancio, Juan Cerruti, Juan Dell’Orto, entre otros. Pero, aunque hay constancias dispersas, debería existir una lista exhaustiva de los mártires específicamente caídos en San Antonio, lo que vuelve aún más elocuente la ausencia de una conmemoración material adecuada.

Tumbas mudas y sin nombre...

La historia local recuerda sus gestas; los monumentos hablan; los libros recogen la épica. Pero las tumbas, las verdaderas tumbas, las que deberían nombrar uno a uno a aquellos jóvenes que cruzaron el océano para defender un ideal en tierra ajena, permanecen mudas. No tienen nombres. No tienen flores. No tienen visita posible.

¿No será tiempo, entonces, de saldar esa deuda?

¿No correspondería honrar debidamente a los legionarios caídos, identificando al menos el lugar aproximado de su descanso y dando a cada uno, si es posible, un nombre que lo rescate del anonimato? ¿No sería oportuno invitar al gobierno italiano a interesarse en este capítulo de su propia historia, tan estrechamente entrelazada con la uruguaya?

Pasaron dos siglos...

Las tumbas sin nombre de San Antonio no son solo un vacío documental: son un recordatorio de que la memoria, para ser completa, debe ser también justa. Y que la gratitud de un país hacia quienes lo defendieron puede y debe expresarse con claridad, aun cuando hayan pasado casi dos siglos. Tal vez haya llegado el momento. Porque ahí, bajo la tierra quieta de Salto, todavía descansan —gloriosos y anónimos— aquellos legionarios que murieron luchando por la libertad. Y su sacrificio merece ser dicho, recordado… y nombrado.

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