“Se tuza estilo taza”
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Por Pedro Rodríguez
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Hay tiempos que no vuelven más, pero que viven adentro nuestro como si no se hubieran ido nunca. Son pedacitos de vida, de barrio, de gente sencilla, de esas historias que se contaban entre corte y corte, entre el zumbido de la máquina y el olor a loción. En mi caso, ese tiempo tiene nombre y apellido: Adán Llobet, el peluquero del barrio.
Cada barrio tenía el suyo, en el Burton estaba Sagradini, y así en todos, pero en los años 80 casi todos los cortes de pelo eran iguales. Cambiaban los nombres, los chistes, las caras, pero la tijera parecía tener la misma idea para todos. Llobet tenía su peluquería en la calle Rafaela Villagrán. Era un hombre tranquilo, amable, de sonrisa fácil. Siempre con una broma en la punta de la lengua. Yo iba con mi padre, y ese ritual de ir juntos a “cortarnos el pelo” tenía algo de ceremonia. Uno esperaba su turno mirando las revistas viejas, el otro charlaba del club, de política o del último partido. Y Adán, con su calma, iba moldeando cabezas y conversaciones por igual.
Pasó el tiempo, la vida siguió su rumbo, y volví a cruzarme con él muchos años después, ya jubilado de la Corte Electoral. Seguía igual de sereno, con esa simpatía que nunca pierde quien aprendió a escuchar a los demás toda una vida. Me contó que era colorado de la 22 de toda la vida, amigo de los Ceriotti, con quienes compartía charlas, bromas y recuerdos de aquellos tiempos donde el barrio era una gran familia.
Y fue precisamente uno de los Ceriotti, el “Toto”, quien le dejó una de las anécdotas más lindas de su peluquería. Me contaba Adán que un día, entre los espejos y las tijeras, apareció colgado un cartelito de cartón. Decía, en letras grandes, escritas a mano: “SE TUZA ESTILO TAZA”.
Nadie sabía quién lo había puesto, pero ahí quedó. Durante años ese cartel acompañó los cortes, las risas, las charlas. Era casi un símbolo del lugar. Llobet lo conservaba con cariño, más por la curiosidad de saber quién había sido el bromista que por el cartel en sí.
Hasta que un día, muchos años después, el misterio se resolvió. En una conversación cualquiera, el “Toto” Ceriotti se lo confesó:
¿Sabés quién fue el que te colgó el cartelito ese de “Se tuza estilo taza”? No… ¿quién fue? Fui yo. Y se largaron a reír los dos.
El Toto lo había hecho un 30 de diciembre, víspera de fin de año, cuando la peluquería estaba llena y los cortes salían a ritmo de carrera. Entre la gente que esperaba turno, se le ocurrió la broma y dejó aquel cartel que, sin saberlo, iba a quedarse colgado durante años, hasta volverse parte del paisaje del lugar.
Historias como esta, sencillas, humanas, con humor, son las que vale la pena recordar. No solo por la anécdota, sino porque nos devuelven un pedacito de ese barrio Artigas de los ochenta, de barrios vivos, de nombres propios, de cercanía y afecto.
Hoy, cuando las peluquerías son modernas, impersonales y sin charla, uno extraña aquel clima de confianza y de risas compartidas. Adán Llobet, con su tijera y su buen humor, representaba eso: la vida cotidiana de un barrio donde todos se conocían y donde un simple cartel podía convertirse en historia.
Porque al final, más allá del corte o del estilo, lo que quedaba era el encuentro.
Y en el espejo del recuerdo, todavía puede leerse aquella frase escrita a mano que resume toda una época: “Se tuza estilo taza”.
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