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Años atrás, en rueda de amigos, nos pusimos a hablar de los días del ayer y recordábamos que somos del tiempo en que la pizzería Abarno estaba en calle Uruguay casi Treinta y tres y horneaba sus pizzas al tacho y los “salchipanes” igualmente deliciosos. Frecuentábamos el Ding Dong- lugar preferido por Cacho Astiazarán- donde centenares de parroquianos, no se cansaban de saborear las pizzas a la pala de Ramos. Al año de su inauguración, el flaco Malaquina, Chumbo Malvasio y Bobby Grassi- que eran sus dueños- lo celebraron con una gran fiesta quedando inundada toda la cuadra por miles de salteños.

En esos días abrió el nuevo local de Los Pingüinos, por lo que la barra ya tenía otro punto de reunión. El telón había caído para el viejo Sorocabana, quedando en pie la Cosechera, su competidora de enfrente. Oíamos hablar de las timbas nocturnas que allí se realizaban. Anécdotas nunca confirmadas daban cuenta que en cierta oportunidad un canillita muy conocido- Pirapó- ganó una estancia, pero la perdió esa misma noche.

Las grandes confiterías vivían su ocaso

La Oriental, donde Marosa solía tomar su café y donde Don Armando se reunía con sus contertulios; la de la planta alta donde se celebraban cumpleaños de 15, la de los exquisitos licuados de frutas y las confituras de Menoni. La Ideal, de grandes dimensiones, que también tenía atractivos en su planta alta. La 18 de julio y la del Control, famosas por sus masitas. Ya no existía La París, pero aún se escuchaba hablar de ella con nostalgia.

La Vía Venetto del Hotel Salto

Nuestros mayores hablaban de La Tuba de Tapita Peralta, de la Vía Venetto del Hotel Salto y de un remoto lugar conocido como El Peñón. Mención aparte para las noches de Drink, en Artigas y Larrañaga- donde actuaban Los Swingers de Toto Vece y Omar Espinosa. Su mobiliario fue a dar a la lujosa coctelería Aloha, donde Manolo Iriñiz recibía a un selecto número de habitués y luego los invitaba a subir a la Boite Saravá, que, con sus potentes baffles Karlson, abría sus puertas desde los jueves sólo a parejas.

Cines de entradas agotadas

La matiné de los domingos era cita obligada y los cines Metropol, Sarandí, Ariel, Plaza y Salto lucían en su boletería el cartel “no hay más localidades”. Prefiero no hablar de las peripecias y triquiñuelas que había que hacer para entrar al trasnoche del Sarandí a ver las películas de la Coca Sarli. Los alumnos del viejo IPOLL pronto tuvimos que mudarnos al flamante edificio de calle Artigas, aunque añoramos los viejos patios cargados de historia. Salto no tenía aún la terminal de ómnibus, razón por la cual, los autobuses de Onda arribaban a su Agencia en calle Uruguay al 900. Los diarios capitalinos llegaban al atardecer, por lo que la avenida principal estaba poblada de transeúntes hasta tarde, mientras se escuchaban los altoparlantes de Rosaspini y Stentor en las esquinas. Los caballeros de riguroso traje y sombrero; los más elegantes visitaban la Peluquería Central para afeitarse con Roux o sus dependientes para el tradicional paseo vespertino. Numerosos canillitas aguardaban los “Centellas de Plata” que traían Acción, El Debate, El Día, El País, y La Escoba.

Empezó la obra de Salto Grande

Un buen día, los hoteles se colmaron. La principal arteria quedó repleta de vehículos estacionados en las dos aceras. Las obras de Salto Grande habían comenzado. Un mes después, los anaqueles de las grandes Tiendas quedaron vacíos. Alaska, El Triunfo, La Moderna, El Tío, Babieri y Leggire, etc. no dieron abasto. Miles de obreros cobraron por primera vez sus sueldos en la Empresa constructora. Algunos lloraban sin poder creer que hubieran ganado tanto dinero en pocos días.

Eran los setenta. Las siestas largas habían terminado.

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