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Blanca Rodríguez se ha apresurado a calificar de “acto de cobardía mayor” las críticas hacia su hija, quien obtuvo un jugoso contrato con la Intendencia de Montevideo poco antes de que ella misma se lanzara a la arena política como la gran figura del Frente Amplio. Según Blanca, se trataría de una campaña injusta y baja, una que toca a su familia, algo que ella nunca haría “ni como política ni como madre”. Sin embargo, no hay que confundir una crítica con una investigación legítima que busca aclarar si realmente hubo favoritismos o no. Entonces, ¿quién es el verdadero cobarde aquí? ¿Aquel que se atreve a cuestionar y exigir transparencia en la administración pública o quien evade responder esas preguntas incómodas bajo el paraguas del ataque personal?

El caso de María Fernanda Souza, hija de Blanca Rodríguez, es, cuanto menos, sospechoso. Justo antes de que su madre fuera anunciada como candidata, ella obtuvo un contrato bien remunerado en la Intendencia de Montevideo. La “coincidencia” despertó dudas que llevaron a ediles a solicitar informes sobre cómo fue seleccionada y cuál fue el impacto de su trabajo. Esto no se trata de un ataque a la familia, sino de una exigencia para asegurar la administración responsable de los recursos públicos.

¿Es cobarde pedirle al gobierno departamental que aclare cómo es que un contrato de más de 600 mil pesos terminó en manos de la hija de una prominente figura política? ¿Es cobarde esperar que los contratos y consultorías en la Intendencia se asignen con criterios de mérito, no de conexiones familiares? Blanca Rodríguez parece preferir no enfrentarse a estas preguntas y, en su lugar, apela al sentimentalismo para evadir la rendición de cuentas.

Vale la pena recordar que cuando Blanca Rodríguez llegó a la política, lo hizo prometiendo “jerarquizarla” y devolverle al país “todo lo que le dio”. Pero, hasta el momento, lo único que hemos visto es más de la peor política. Acomodar a familiares, beneficiarse del acceso privilegiado y descalificar a quien se atreve a cuestionarlo es lo más alejado de jerarquizar la política que uno pueda imaginar. Al final, resulta que Rodríguez no ha llegado para elevar la vara de la política nacional, sino para seguir utilizándola como trampolín personal, en el peor estilo del amiguismo y la falta de transparencia.

Si hay algo que realmente merece el título de “acto de cobardía”, es esconderse detrás de la familia para evitar responder preguntas sobre ética y transparencia. En lugar de prometer trabajo y responsabilidad desde el Senado, Rodríguez debería empezar por garantizar que las oportunidades se otorgan por mérito, no por el linaje. Y debería también, como dijo alguna vez, “jerarquizar” el debate político, aceptando que la crítica y la investigación son parte fundamental de la democracia

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