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Con el triunfo de la izquierda en nuestro país, suman seis  los países de América del Sur que tendrán gobiernos de izquierda (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Venezuela) y tres, de derecha (Argentina, Ecuador y Paraguay). Perú se mantiene como un caso atípico con Dina Boluarte, que llegó al poder como vicepresidente de un gobierno de izquierda pero desde que asumió está bajo debate su orientación política…

Según distintos analistas, lo que ha marcado a los procesos políticos regionales durante los últimos años no ha sido tanto una tendencia hacia la izquierda o la derecha, sino una dificultad de los oficialismos en mantener el poder.

La crisis económica, por la pandemia de Covid-19 y profundizada con la histórica sequía, generaron pobreza y desigualdad, lo que generó un sentimiento de abandono y rechazo hacia la clase política. Según un informe de Latinobarómetro, organización que investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad, la insatisfacción con la democracia ha ido creciendo, alcanzando el 70% en el año 2020.  Desde 2019 la ola antioficialista venia golpeando a los gobiernos de centro derecha, lo que eventualmente, en el futuro, podría tener un efecto rebote y terminar afectando a los presentes gobiernos de  izquierda.

Los analistas, resaltan que en las elecciones presidenciales en Uruguay y municipales en hile se ha visto una inclinación por políticas moderadas.

Por su parte, los extremos registraron malos resultados, un ejemplo de ello es el desplome electoral de Cabildo Abierto y en la izquierda, ironicamente  ganó el sector que se presenta -pese a sus antecedentes de ser el partido del MLN-Tupamaros - como el más moderado, es decir el MPP, que ojalá cuando comience a gobernar a partir del 1º de marzo de 2025, demuestre realmente que su política será de moderación, como es deseable y necesario. También debemos tener en cuenta que el plebiscito del PIT- CNT; el Partido Comunista y sectores radicales impulsado para hacer una contrareforma previsional fracasó rotundamente

Algo similar sucedió en Chile, donde en las elecciones de gobernadores y alcaldes, ganaron los  moderados tanto de izquierda como derecha.

Contrariamente a lo que pasó en  Uruguay, los candidatos presidenciales que buscaron la reelección lo consiguieron: Nayib Bukele, en El Salvador, y Luis Abinader, en República Dominicana, del mismo modo que el partido en el poder  tanto en México como en Paraguay lo retuvieron. A diferencia de lo que ha sucedido en otros países, donde se han abierto camino outsiders, eso no se da  en nuestro Uruguay. Lo que se entiende, como que las mayorías muestran su disconformidad  apuntando a alternativas tradicionales, es decir dentro del sistema. Pero lo inédito, según los analistas políticos,  es que no solo se da la alternancia, sino una mayor polarización ideológica, tanto a la derecha como a la izquierda, alentando un nuevo bipartidismo. La realidad uruguaya, podría ser vista como un ejemplo de esta realidad. Frente a los extremismos que vienen liderando los ciclos políticos mundiales, como el auge de la extrema derecha en Europa, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y el estilo de Javier Milei en Argentina. Tampoco se puede desconocer, que Uruguay marcha a contracorriente, porque el sistema de partidos es estable y la competencia  aparentemente empuja a políticas de centro y no de extremos, que por cierto, no son, estas últimas, las deseables porque nunca llevan a nada bueno. Esperemos que eso sea realidad en el gobierno que habrá de asumir a partir del 1º de marzo de 2025.

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