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El matrimonio, una institución que alguna vez fue el pilar de las relaciones humanas, está atravesando una transformación significativa. Las estadísticas son claras, cada vez son menos las personas que deciden formalizar sus uniones en el registro civil o más aún en el altar. Este fenómeno no solo refleja un cambio en las costumbres, sino también en las prioridades y dinámicas sociales de la actualidad.

Los números ilustran el declive antes mencionado y nuestro país no es ajeno a lo que sucede en el mundo entero. En 2024, nuestro país registró 8.204 matrimonios, un 14% menos que el año anterior. Este descenso es especialmente notable en Montevideo, donde la caída fue del 23%, en comparación con un 7% en el interior del país. Si comparamos estas cifras con los años dorados del matrimonio, como 1974, cuando hubo 25.310 casamientos, la disminución es alarmante.

En el último año, el departamento de Flores registró la menor cantidad de matrimonios en el país, con tan solo 74 uniones celebradas. Le siguieron Lavalleja, con 85 matrimonios, y Durazno 93. Otros departamentos con bajos registros incluyen Florida 115, Treinta y Tres 121 y Río Negro 122. Por su parte, Rocha tuvo 190 matrimonios, mientras que Artigas y Soriano compartieron la cifra de 194 uniones cada uno. En el rango intermedio se encuentran Colonia 203, Tacuarembó 214, San José 225, Paysandú 229 y Cerro Largo 247. Salto, con 311 matrimonios, se posicionó ligeramente por encima del promedio. Los departamentos con cifras más altas fue Rivera 458, Maldonado 585 y Canelones, que alcanzó 1.391 uniones. En el primer lugar se ubicó Montevideo, con un total de 3.153 matrimonios celebrados, consolidándose como el departamento con mayor actividad en este aspecto.

Se registró un repunte en 2022, impulsado en gran medida por las bodas pospuestas debido a la pandemia de COVID-19, el declive continuó en 2023 y se acentuó en 2024. Este descenso parece consolidar una tendencia de largo plazo, el matrimonio está perdiendo terreno como una práctica habitual en la sociedad uruguaya.

La decisión de casarse ha dejado de ser un paso obligatorio en la vida de las parejas. Cada vez más personas optan por la convivencia sin necesidad de formalizar su relación. Este cambio de paradigma refleja una sociedad más abierta y flexible, en la que las uniones consensuadas son tan válidas como el matrimonio tradicional.

El matrimonio, en su sentido tradicional, solía estar cargado de simbolismo y expectativas culturales. Era una muestra de compromiso, estabilidad y una base para formar una familia. Sin embargo, en la actualidad, muchos jóvenes ven el matrimonio como una institución que no necesariamente garantiza una relación exitosa. La convivencia, por su parte, les ofrece una forma de probar la compatibilidad antes de tomar decisiones definitivas.

El cambio en las costumbres no es el único factor que explica la disminución de los matrimonios. La situación económica, las expectativas individuales y la influencia de movimientos sociales también desempeñan un papel importante. La independencia económica y personal cambió; las mujeres, históricamente más dependientes de los hombres en términos económicos, ahora tienen mayor autonomía. Esto ha reducido la necesidad de casarse como medio de seguridad financiera. Así como la revalorización de las prioridades individuales, donde las generaciones más jóvenes valoran la libertad y el desarrollo personal por encima de las estructuras tradicionales. También existe una mayor aceptación de diversas formas de relación; donde la sociedad ha evolucionado para aceptar un espectro más amplio de formas de unión, incluyendo parejas que deciden no casarse y optan por vivir juntos.

El declive del matrimonio no implica necesariamente un debilitamiento de las relaciones humanas o familiares. Más bien, señala un cambio en cómo las personas abordan sus compromisos. Uruguay parece estar transitando hacia un modelo en el que la convivencia y las uniones de hecho tienen tanto valor como el matrimonio tradicional. Está claro que el matrimonio en Uruguay está dejando de ser una norma para convertirse en una opción. Esto refleja una sociedad en constante evolución, donde las relaciones se definen menos por las formalidades y más por el compromiso genuino entre las personas. El desafío será construir un marco social y legal que acompañe estos cambios, sin perder de vista los valores de unión y solidaridad que siempre han caracterizado a la familia.

 

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