Educar para formar familias
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Por José Pedro Cardozo
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director@laprensa.com.uy
El envejecimiento poblacional, una problemática que afecta tanto a Occidente como a regiones de Asia, refleja un fenómeno social profundo: la decisión creciente de postergar o evitar la maternidad y paternidad. Este panorama, con raíces multicausales, encuentra en el individualismo, el consumismo y el relativismo algunos de sus factores clave.
Ante esta realidad, surge una necesidad urgente: replantear nuestras prioridades culturales y educativas para valorar nuevamente el núcleo esencial de nuestra sociedad, la familia. En los últimos años, diversas corrientes ideológicas han tenido un impacto significativo en la percepción de roles y valores tradicionales. Entre ellas, el feminismo radical ha cuestionado la figura del hombre y del padre, mientras que la ideología de género ha introducido cambios profundos, especialmente en los jóvenes, que enfrentan procesos de construcción de la identidad, complejos y, en ocasiones, dañinos.
Estas tendencias, promovidas como avances en diversidad y empoderamiento, han generado debates sobre su impacto en la cohesión social y familiar. En este contexto, educar adquiere un nuevo sentido: no solo preparar a los jóvenes para la vida profesional, sino también para la formación de familias saludables y responsables. Los padres tienen un rol insustituible en este proceso, no solo como proveedores de valores y referencias, sino también como modelos de roles masculinos y femeninos que se complementan y enriquecen mutuamente.
Lejos de la idea de una supremacía de géneros, la complementariedad entre hombres y mujeres fortalece la base misma de la familia. Sin embargo, en la actualidad, los roles tradicionales enfrentan presiones significativas. Por un lado, muchas mujeres se ven atrapadas en el paradigma del “empoderamiento” que, si bien ofrece independencia y logros personales, a menudo deja en segundo plano el valor de ser esposas y madres.
Por otro lado, los hombres enfrentan una deconstrucción que ha desdibujado su rol protector y de liderazgo familiar, haciéndolos reacios a asumir responsabilidades tradicionales. Este panorama demanda un cambio cultural que valore nuevamente la caballerosidad, la responsabilidad y el compromiso.
Otro fenómeno preocupante es el declive en la valoración del matrimonio. La convivencia sin formalidades legales ha ganado terreno, justificada a menudo con argumentos económicos o de conveniencia. Sin embargo, este enfoque refleja, en muchos casos, una reticencia a asumir las responsabilidades que conlleva formar una familia. Sin un contrato matrimonial sólido que fomente la fidelidad, la convivencia y el compromiso, la noción de familia pierde fuerza, relegada frente a objetivos personales como viajar, adquirir bienes o crecer profesionalmente. En este contexto, es fundamental transmitir a las nuevas generaciones el valor de la familia como pilar de la sociedad. Esto implica educar para entender que formar una familia no es solo un deseo personal, sino un acto de responsabilidad hacia el futuro. La familia es la base para transmitir valores, proteger la vida, y construir vínculos afectivos que trascienden generaciones. Además, formar una familia requiere asumir compromisos significativos: la unión matrimonial, la decisión de ser padres, y el esfuerzo continuo por criar y educar a los hijos en un entorno de amor y estabilidad. Es un desafío que demanda madurez y voluntad, pero también es una manifestación de esperanza y una forma esencial de contribuir al cambio cultural que tanto necesita nuestra sociedad.
Educar para formar familias es educar para la vida, para el amor y para la trascendencia. En un mundo donde las prioridades suelen ser dictadas por la inmediatez y el consumo, redescubrir el valor de la familia es una tarea que requiere esfuerzos conjuntos: desde los padres en sus hogares hasta los educadores y líderes culturales. Solo así podremos garantizar un futuro donde la esperanza y la solidaridad se transmitan de generación en generación, cimentadas en la fuerza de las familias.
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