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Mientras que unos esperan un trasplante para poder vivir porque, de no recibirlo, morirán, a la vez están esperando que otro se muera para ser donante. Esta es una de las paradojas más crueles de la existencia, una situación en la que la esperanza de unos depende inevitablemente de la pérdida de otros.

Desde septiembre de 2013, en Uruguay rige la Ley 18.968, que establece que todos los ciudadanos son donantes de órganos a menos que expresen lo contrario. Esto significa que, a partir de los 18 años, cualquier persona que no haya manifestado su deseo de no ser donante podrá contribuir con la vida de otro en caso de fallecimiento. En el caso de los menores de edad, la decisión recae en sus representantes legales.

Sin embargo, el hecho de ser donante no garantiza que nuestros órganos puedan ser utilizados. Para que una persona se convierta en donante efectiva, es necesario que fallezca bajo una condición muy específica: la muerte encefálica, la cual permite que los órganos continúen oxigenados y sean viables para el trasplante. Pero esta condición es excepcional, representan solo el 1% de las muertes en el país. En otras palabras, aunque la voluntad de donar sea alta, las posibilidades reales de concretarlo son muy bajas. No todos servimos para ser donantes.

A pesar de ello, los trasplantes siguen siendo una de las principales esperanzas de vida para muchas personas. Según los datos al 14 de noviembre de 2023, se han realizado 349 trasplantes en Uruguay: 119 renales, 8 cardíacos, 1 pulmonar, 23 hepáticos, 1 hepato-renal y 197 de córnea. No obstante, la necesidad sigue superando ampliamente la disponibilidad. En ese relevamiento de datos había 1.362 personas en lista de espera: 429 para trasplantes renales, 67 cardíacos, 25 pulmonares, 36 hepáticos y 805 de córnea. Cada una de estas cifras representa una vida en suspenso, una persona cuyo futuro depende de una donación que podría no llegar a tiempo.

Cuando conocemos de cerca un caso en donde una persona se encuentra en lista de espera y su vida depende de un hilo, es cuando tomamos conciencia de la importancia de la donación de órganos. Son muy pocos los casos en los que, por ejemplo, un corazón llega a ser trasplantado con éxito. Muchas veces, el paciente que espera se encuentra en una situación tan crítica que la esperanza se va desvaneciendo día a día. Sin embargo, también existen historias con finales felices. Conozco un caso en el que la persona ya no podía moverse y dependía del oxígeno para sobrevivir porque su corazón ya no le permitía realizar las actividades más simples, como caminar o tomar mate. De pronto, llegó la tan ansiada llamada: había un corazón compatible para él. Esa familia no podía creerlo, pero fue real.

Existe un Día Nacional del Donante, es una fecha destinada a concientizar sobre la importancia de la donación de órganos. Esta jornada busca sensibilizar a la población y fomentar una cultura de solidaridad que permita salvar más vidas. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de las campañas de concientización, la realidad es que muchas personas fallecen esperando un trasplante que nunca llega.

Es fundamental reflexionar sobre la importancia de ser donante y la responsabilidad que tenemos como sociedad para garantizar que quienes están en lista de espera tengan una oportunidad real de seguir adelante. La vida es un ciclo, y en ese ciclo, el acto de donar representa una de las formas más puras de altruismo. No podemos cambiar el destino, pero sí podemos contribuir a que la partida de alguien signifique una nueva oportunidad para otro. La decisión de ser donante no es solo un acto de generosidad, es un compromiso con la vida misma.

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