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Se cumplen en este 2025 los 40 años del retorno a la Democracia, que para algunas generaciones y sobre todo las actuales, no han conocido en piel propia lo que fue la pérdida de algunas libertades. En lo personal soy de una generación que vivió ese tiempo, más allá que estábamos en edad liceal cuando se instaló la Dictadura en junio de 1973. Un 27 de junio de 1973 fue el golpe de estado y que culminó un 1º de marzo de 1985 con el retorno a la Democracia. En las elecciones de 1984 no pudieron ser candidatos dos figuras que fueron importante en la lucha por la defensa de las instituciones, como lo fueron Liber Seregni y Wilson Ferreira Aldunate.

Cuarenta años no son un simple aniversario. En la vida de un país representan una generación completa, una travesía lo suficientemente larga como para evaluar logros, asumir errores y preguntarse, qué hicimos con aquella conquista que, en 1985, parecía frágil, urgente y a la vez luminosa. Uruguay cumple cuatro décadas desde el retorno a la democracia tras 12 años de dictadura cívico-militar. Y aunque la memoria suele teñirse de solemnidad, este aniversario exige más que discursos protocolares: demanda un examen honesto del país que construimos desde entonces.

Las ciudades se construyen no solo con edificios, calles y plazas, sino también con las normas de convivencia que sus habitantes respetan —o vulneran— cada día. En Salto, como en tantas otras ciudades, un problema tan cotidiano como desagradable continúa afectando la vida urbana: los dueños de mascotas que pasean a sus perros y permiten que defequen en las veredas sin recoger los residuos. No se trata de un descuido aislado, sino de una conducta reiterada que revela una preocupante falta de consideración hacia los demás.

La ciudad amanece con ese ruido particular del golpecito de las persianas que se levantan. El sol no termina de decidir si sale. Últimamente está todo tan raro, fíjese que en 25 días, noviembre nos dio primavera, verano, otoño y hasta invierno. En una parada de ómnibus de Saladero, una señora comenta que al fin taparon el pozo que llevaba meses tragándose ruedas y paciencia. “Milagro”, dice, acomodándose la cartera mientras avisa a viva voz (qué peligro) que va al BROU a hacer fila para poder, a mediodía, tener “un préstamo de esos que están dando para jubilados”.

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