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Hace días me tiene atento el tema de la anunciada prohibición de fumar en las plazas de Salto. Me interesa leer y escuchar diferentes opiniones. Me atrae el tema, aunque no sé muy bien por qué, por nada en especial seguramente. Pero quiero confesar que la postura que ha hecho pública en diferentes medios el Dr. Ignacio Supparo, abogado salteño, me parece excelente. Concuerdo plenamente, por eso, verá usted en las siguientes líneas que (si ha tenido posibilidad de leer o escuchar a Supparo) manejo muchos de sus mismos conceptos. Dicho esto, entro en tema. Lo digo desde el principio para evitar malos entendidos: a mí no me gusta que nadie me tire humo de cigarro en la cara. Me resulta molesto, invasivo y, para ser sincero, bastante desagradable. Pero no es ese el tema que está realmente en discusión. El asunto de fondo va mucho más allá de si uno tolera o no el humo ajeno: se trata de cómo el Estado decide resolver (o más bien esquivar) los problemas de convivencia en los espacios públicos.

El avance de la tecnología en la vida de la gente está generando conductas que chocan con muchas de las cosas que se vivieron hace unos años. Por ejemplo, una persona de más de cuarenta, cincuenta, sesenta años choca con un joven que vive "adentro" de su celular, de su tablet, de su computadora, y ello lo irrita.

El gobierno de Yamandú Orsi atraviesa su primera gran prueba, y la está perdiendo con alarmante velocidad. No se trata de un desajuste menor ni de los tropiezos esperables en los primeros meses de cualquier administración. Lo que se percibe es algo más profundo: una pérdida sostenida de rumbo, una incapacidad para jerarquizar lo importante y una desconexión creciente entre la conducción política y la realidad del país. Ocho meses después de asumir, el gobierno muestra señales inequívocas de estar navegando sin brújula.

En la presentación del libro Operación Esperanza sobre las Misiones de Paz de las Fuerzas Armadas Uruguayas en el exterior en la sede de Deportivo Artigas el escritor Daniel Brown contó una anécdota divertida pero que tiene sus bemoles de un militar salteño que debió ir al frente de un grupo de soldados en un país africano famoso por las minas explosivas que habían plantado uno de los bandos en pugna.

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